A las 5 de la madrugada se tropezó, cambió de dirección accidentalmente y ya no fue capaz de encontrar el camino de vuelta a casa.
Deambuló sin un rumbo concreto, buscando algo que le resultase familiar, pero, muy a su pesar, no encontró nada. Todas las calles parecían idénticas, con sus portales oscuros y sus comercios cerrados.
Si no hubiese estado todavía tan embriagado, quizás se habría dado cuenta de la imposibilidad de la situación en que se hallaba. Después de todo, el taxi le había dejado a unos escasos metros de su casa y, solo por haber bajado la vista un instante, este hecho no debía haber cambiado. Eso era lo que dictaba la lógica y la razón. Pero, por supuesto, la lógica y la razón estaban fuera de las capacidades de alguien que en aquel momento presentaba dificultades incluso para caminar en línea recta.
Se le escapaba ocasionalmente alguna pequeña risa nerviosa, un sonido que se veía amplificado por el eco de su oscuro y vacío entorno. Caminó durante horas, aunque en el interior de su mente confusa podrían haber sido únicamente unos pocos minutos o incluso segundos.
Fue entonces, cuando su cabeza empezó a aclararse, que le entró el pánico. Se sentía extremadamente mareado y se detuvo, apoyándose contra la pared más cercana. Ahora era consciente de que algo no iba bien. No reconocía las calles, no había nada de tráfico, no había gente, ninguna otra persona que, como él, regresase a casa de madrugada. Estaba completamente solo.
Se inclinó hacia delante al sentir como su estomago se convulsionaba con violencia. Arrojó por la boca todo lo que había consumido aquella noche, quedándose después con un sabor agrio muy desagradable.
Era obvio que no estaba en condiciones de regresar a casa por su cuenta, así que decidió usar su teléfono móvil para orientarse. Pero entonces cayó en la cuenta de que no lo llevaba encima. El teléfono se encontraba en el bolsillo de la chaqueta con la que había salido, chaqueta que se había olvidado en la guardarropía del último local al que había entrado.
Maldijo su mala suerte y dio una patada a la pared, recordando lo caro que le había resultado aquel terminal y temiendo que no pudiese recuperarlo. Sin aquella ayuda tendría que encontrar el camino de vuelta por su cuenta. Por mal que se encontrase, no le quedaba más remedio.
Se incorporó y empezó a mirar a su alrededor con atención. Pero ello solo hizo que volviese a sentir angustia. Con razón no reconocía nada, aquel sitió no se parecía ni lo más mínimo a su barrio. De hecho, aquellas calles no se parecían a ningunas que hubiese visto nunca antes en su vida.
El paisaje era tan bizarro que dudaba incluso de que estuviese en la misma ciudad. ¿Era posible que el taxista se hubiese equivocado y le hubiese llevado a… quién sabía dónde? ¿Estaba siendo víctima de una broma de mal gusto? ¿Se había pasado con la bebida y había perdido el conocimiento? Quizás aquello fuese tan solo un sueño y…
Volvió a vomitar, perdiendo no solo el contenido de su estomago sino que también aquellas ideas fantasiosas. Aquello no era un sueño, nunca antes había echado la papilla en sueños, ni había experimentado semejante mal sabor de boca.
Los edificios que le rodeaban, si es que podía llamarlos así, eran unas formas negras y alargadas que se alzaban en el aire. Pero no había ventanas en estas construcciones y tampoco parecían hechos de ladrillo u otros materiales similares. Tenían un brillo extraño que, a falta de una palabra mejor, parecía alienígena.
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Aunque estaba asustado, su curiosidad era mucho más fuerte y sintió un irrefrenable deseo por tocar aquella pared. Puso los dedos sobre la superficie negra y notó que era cálida al tacto y no del todo rígida. No sabía cómo no se había dado cuenta antes al apoyarse.
Incapaz de reconocer aquel tacto, sintió asco y tuvo que apartar la mano inmediatamente. Sin embargo, antes de que pudiese retirar los dedos, comenzó a notar una vibración procedente de la pared. Dio unos pasos hacia atrás, en un intento de alejarse de aquel extraño fenómeno. Pero la vibración se hacía cada vez mayor, extendiéndose a lo largo de toda aquella construcción gigantesca. Al temblor se unió un sonido agudo parecido a un chillido que procedía desde lo más alto. Y entonces el resto de edificios comenzaron a reaccionar del mismo modo.
Toda la calle se tambaleaba como si se encontrase en el epicentro de un terremoto de gran magnitud. Los chillidos resonaban en el aire desde todas las direcciones a su alrededor y un millar de puntos luminosos aparecieron en el cielo, moviéndose de un lado a otro sobre su cabeza.
Sintió que su vida peligraba. No tenía claro cuál era la amenaza, pero de algún modo estaba convencido de que si no hacía algo sería su final.
Comenzó a correr por aquellas calles en un intento de alejarse de aquello, fuese lo que fuese. Le costaba avanzar debido al temblor que se extendía bajo sus pies, pero no podía permitirse el lujo de detenerse. Temía que algo le alcanzase si se paraba aunque solo fuese un momento.
Y entonces se tropezó, perdió el equilibro y estuvo a punto de caerse al suelo.
Cuando alzó la vista de nuevo, vio que estaba frente al portal de su casa. El temblor había cesado, las construcciones negras habían desaparecido y a lo lejos todavía podía distinguir el taxi que le había dejado unos instantes antes y que ahora se encontraba detenido en el siguiente semáforo.
Al parecer se lo había imaginado todo. Pero entonces, el paso del tiempo, el cansancio, el mal sabor de boca… Decidió no darle mayor importancia y se apresuró a entrar en casa. Sin embargo, antes de poder hacerlo, sintió como algo le agarraba con fuerza por los hombros.
Comenzó a elevarse sobre el suelo, alejándose cada vez más en el aire hasta las mismas nubes, donde lo que fuese que le tenía sujeto decidió soltar su presa, sin darle tiempo a reaccionar o a decidir si se trataba de otra alucinación.
Mientras caía, pudo ver una forma extraña que volaba con alas parecidas a las de un murciélago. Lo último que escuchó antes de estrellarse contra el suelo fue el insoportable chillido de aquella criatura que había escapado de su fantasía. Y todo por un tropiezo.
Hoy, una vez más, voy a compartir con vosotros mi pequeña colección de tesoros. El ejemplar que voy a comentar a continuación es un recopilatorio de los poemas de Robert Browning.
Robert Browning está considerado como uno de los mejores poetas ingleses del siglo XIX. Fue una figura fundamental del período victoriano y perfeccionó el monólogo dramático.
Hablar de primeras ediciones en el caso de poemas que han sido publicados de forma independiente y recopilados en distintas ocasiones es algo absurdo, así que pese a que por lo general me gusta dar algo de información sobre la primera edición, en esta ocasión, omitiré estos datos y pasaré directamente a comentar el ejemplar que está en mi poder.
El libro lo compré en una pequeña librería en Windermere, situado en el Distrito de los Lagos, que se encuentra en la región más al noroeste de Inglaterra.
La obra que aquí presento es un ejemplar de 1919, conservado en perfecto estado. Nos encontramos con una encuadernación preciosa con una tonalidad de cuero verde, donde destaca el monograma central en color dorado con las iniciales del autor. El borde de las páginas también es dorado, así como la escritura del lomo. El papel es muy fino pero, pese a ello y la antigüedad del libro, no hay un solo desperfecto.
En el interior encontramos un retrato del autor y, a continuación las distintas obras organizadas temáticamente.
Una curiosidad que puedo comentar y que es relevante por otra entrada anterior que hice donde hablaba de otro libro muy distinto es la siguiente: En mi sección de recomendaciones os hablé de la Torre Oscura, la saga literaria de Stephen King. Pues bien, King se inspiro en una obra de Robert Browning para su saga, concretamente en un poema llamado Childe Roland to the Dark Tower Came. Dicho poema, por supuesto, se encuentra entre las páginas de este libro y es toda una delicia que, más allá de los magníficos poemas contenidos en el libro, le da un valor añadido si eres fan de la Torre Oscura.
Al llegar el atardecer, Vanessa se encontraba mirando la puesta de sol. El mundo se detuvo por un instante solo para ella. Allí de pie, descalza sobre la fina arena y vistiendo su biquini negro, hubiese podido jurar que era la única persona sobre la faz de la tierra.
Contuvo la respiración, sintiéndose embriaga por un sobrecogedor sentimiento de paz y tranquilidad. Su corazón latía rítmicamente, recordándole que a sus diecinueve años estaba en la flor de la vida y su cuerpo, todavía joven y hermoso, era capaz de grandes proezas.
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Caminó lentamente hacia delante. Avanzó solo unos pasos en dirección a la orilla, lo justo como para sentir como las olas le acariciaban los pies con su intermitente y frío tacto.
Fue en ese momento de perfección cuando lanzó una frase al viento. Apenas un susurro, únicamente dedicado a su amante secreto, aquel etéreo y voluble elemento con el que tantas veces se había sentido tan identificada. Una vez más, su confidente recibía sus palabras sin devolverle miradas juiciosas, sin darle la espalda, sin esperar nada a cambio…
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pues la luz iba muriendo con cada segundo que pasaba y con ésta también moría su espíritu.
Había llegado hasta allí pero no se sentía capaz de seguir adelante. Quería adentrarse en el agua y nadar en línea recta, todo lo lejos que pudiese hasta sentirse agotada. Deseaba escapar de los horrores que había dejado atrás y que aquel hermoso atardecer solo le había hecho olvidar por un breve, aunque precioso, instante.
Estaba completamente lúcida y pese a ello no sentía remordimiento alguno por sus actos. Había sido plenamente consciente cuando había arrojado el contenido de aquella botella en la comida. No sabía por qué lo había hecho. No era infeliz, no odiaba a sus padres ni tampoco a su hermana, pero aun así lo había hecho. Había envenenado la comida y después, sin esperar para ver el resultado de ello, se había ido a la playa.
Vanessa había actuado de forma fría y calculadora, y sin embargo ahora lloraba, pero no lo hacía lamentando la pérdida de su familia. No sentía tristeza alguna. Lloraba porque había infravalorado su deseo de vivir y ahora lo había perdido todo.
A su espalda había dejado muerte. Frente a ella, entre las olas, había muerte. La única vida era la de la orilla, bañada por una luz igualmente mortecina que no tardaría en desaparecer.
Volvió a suplicarle al viento que le concediese más tiempo.
Pero el viento no respondió su suplica y el ultimo rayo de sol se extinguió, llevándose consigo a una persona y dejando tras de sí, erguida sobre la arena de la playa, la figura de una mujer joven, hermosa, vacía…
Mecía la cuna con delicadeza, procurando no despertar al bebé que dormía plácidamente en su interior. Miraba su piel sonrosada y se maravillaba pensando en cómo algo tan hermoso podía haber sido el fruto del amor de dos personas.
Solo unos minutos antes, los padres del niño dormían con la misma tranquilidad. Ninguno de ellos pudo reaccionar a tiempo cuando la almohada eclipsó sus rostros. Apenas ofrecieron resistencia al contacto de una mano extraña apretando con fuerza sus cuellos. No eran dignos de poseer una criatura tan bella como la que yacía en la cuna. No cuando habían demostrado tener tan pocas ganas por vivir que no habían sido capaces de defenderse a sí mismos por el bien de su retoño.
Ahora el bebé le pertenecía a él, un intruso ávido de sangre que ya en el hospital había elegido a su víctima. Había seguido a la familia a su casa y había esperado el momento adecuado. Gracias a ello había obtenido su premio.
La alarma que había programado sonó en la cocina, pero el ruido no despertó al pequeño.
Recogió al recién nacido de la cuna y se lo llevó a los brazos con cuidado. Le pasó un paño cubierto de aceite por todo su diminuto cuerpecito y después le acostó de nuevo, esta vez no en la cuna sino en una bandeja metálica.
El horno ya estaba caliente y la cena todavía dormía.
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En estos días, con la cercanía de Halloween, es tiempo de contar historias de terror, historias que cautiven tu imaginación y abran tu mente a nuevos y macabros conceptos.
Imaginemos un salón en una apartada villa. Es la noche de brujas, dan las doce y el fuego de la chimenea alumbra los sombríos rostros de los asistentes a la reunión, creando siniestras sombras danzarinas que transforman constantemente el lugar, llenándolo así de una magia especial y siniestras, apta tan solo para el propósito que los ha llevado hasta allí. Estalla una tormenta y ese primer rayo da el pistoletazo de salida, da comienzo la primera historia.
Este escenario puramente romántico debería ser conocido por un gran número de escritores, y es que quién no ha soñado nunca con poder trasladarse de nuevo a aquella época y revivir aquellas tertulias que nos crearon unas pesadillas deliciosas.
Corría el verano de 1816 y un grupo de autores se reunieron de este modo, recluidos por el mal tiempo en Villa Diodati, para regalarnos grandes joyas literarias. Sus nombres eran Lord Byron, Mary Shelley, Percy Shelley, John Polidori; y el trabajo que crearon todavía sigue resonando en la actualidad, todavía se hacen mil versiones de las criaturas que ellos crearon en sus relatos. Aquí surgió el monstruo de Frankenstein o el relato de “El vampiro”, que mas tarde inspiraría a Bram Stoker para crear al mismísimo Drácula.
Y lo que yo digo es, si solo son necesarias unas pocas mentes que se animen las unas a las otras a crear algo nuevo y escalofriante, por qué no seguimos haciéndolo. ¿Acaso la rutina o el estrés de la época en que vivimos nos lo impide? No podemos estar tan cegados como para no ser capaces de volver a algo más sencillo, a un mundo donde los monstruos acechaban en cada esquina y el futuro era un lienzo en blanco para que cada autor pintase en él lo que su imaginación quisiese.
Me parece triste que haya tantos escritores que sueñen con este ideal, con repetir la experiencia, y que nadie lo haya hecho todavía.
La prueba de que somos muchos los que pensamos y fantaseamos con la posibilidad se halla en la constante mención que se hace en la literatura de ello. Sin alejarme mucho en el tiempo, un escritor contemporáneo del que ya he hablado en este blog, Chuck Palahniuk, detallaba en su novela Haunted (Fantasmas) una versión actualizada de algo como lo que he descrito. Un retiro para escritores, donde poder escribir y contarse sus historias de terror, basándose en aquellas reuniones de Villa Diodati.
Así que este es un llamamiento. Por favor escritores del mundo, reuniros, cread la atmosfera adecuada y revivir la magia de antaño. Busquemos algo de tiempo para volver atrás en el tiempo, en un lugar recóndito y recluido, para darnos la oportunidad de sorprendernos, a nosotros y al mundo, con lo que somos capaces de hacer.
Es el momento de asustarnos y de volver a mirar debajo de las camas en busca de nuevos horrores. Ha llegado la hora de crear nuevos mitos y leyendas.
En la entrada de hoy voy a compartir con vosotros un fragmento de mi ultima novela: "Cómo fabricar cocaína (con harina y otros productos que puedes encontrar en tu propia casa)"
El siguiente texto es un extracto del primer capítulo. Se trata de una breve introducción donde podemos empezar a conocer al narrador de la historia.
Si os gusta, al final del texto teneis un enlace que os llevará hasta el espacio web del libro. Allí os ofrezco más información y, si queris continuar la historia, la posibilidad de adquirir la novela.
UNA NOCHE EN UN MOTEL DE MALA MUERTE
En ocasiones me pregunto si mi total falta de
remordimiento es normal. A veces me planteo si está bien lo que hago, si no
estoy llevando el juego demasiado lejos. Estas dudas me han asaltado un número
incontable de veces. Sin embargo, cuando esto ocurre, lo único que tengo que
hacer para volver a sentirme bien es sacar la enorme bolsa de deporte que
guardo bajo la cama y ponerme a contar los billetes que hay en su interior.
Ya lo sé, puede que en principio ese no parezca el mejor
lugar para mantener tus ahorros, pero hasta el momento este sistema me ha
funcionado y no veo por qué debería cambiarlo. No me fio de nadie, mucho menos
si pienso que, en el fondo, todo el mundo puede ser un poco como yo, y yo soy
la persona de quien menos se debería fiar nadie. Por eso tengo el dinero en
casa, no solo por el alivio que proporciona rebozarse desnudo con los billetes,
lo guardo aquí porque por nada del mundo confiaría en un banco, ni en sus
empleados, ni en sus clientes.
No estoy paranoico, simplemente no creo en la bondad de
la gente. La única razón por la que las personas no pierden el control y se
dejan llevar por sus más bajos instintos es porque temen las consecuencias.
Pero estoy convencido de que cualquiera es capaz de lo más ruin, siempre y
cuando esa persona esté segura de que nunca nadie será capaz de averiguar lo
que ha hecho.
Yo eso ya lo tengo superado, me da igual que me pillen,
es más, estoy convencido de que terminarán por cogerme. Pero no me importa, más
aún, diría que me gusta la emoción de poder ser descubierto, saber que
frecuentemente mi vida está en juego.
Seguro que cualquiera que me escuchase podría pensar que
estoy exagerando, pero eso es porque no saben a qué me dedico habitualmente. Mi
actividad más reciente fue en…
Debería disculparme, qué grosería por mi parte empezar a
hablar de las cosas que hago sin ni siquiera llegar a presentarme. Mi nombre
es… algo muy importante y por eso no lo voy a decir, la verdad es que no es
necesario que lo sepas, solo soy alguien con una historia que contar. De
momento no tiene mucho sentido que quiera ocultar mi identidad, pero a medida
que avance en esta historia quedará bien claro el motivo de mi secretismo. Hay
muchas personas cabreadas a las que les gustaría echarme el guante y tampoco
quiero ponérselo demasiado fácil.
Podría hacer como tantos otros y comenzar por el
principio, pero ni yo mismo lo sé. Lo que quiero decir es que quién sabe
realmente cómo llega uno al lugar en el que se encuentra. ¿Sería oportuno
contar la historia de mi vida desde mi nacimiento? ¿Le importa a alguien las
discusiones con mis hermanos cuando era más pequeño? ¿Tienen alguna relevancia
mis humillaciones en el colegio? Seguro que muchos dirían que sí a todas estas
preguntas, estas personas se sentirán decepcionadas porque no tengo ninguna intención
de responder dichos interrogantes.
Lo que voy a hacer es contar lo que estoy haciendo en
este mismo instante, dejar que cada uno saque sus propias conclusiones, y ya
veremos a dónde nos lleva esto. Después de todo, no importa quiénes creamos
ser, no importa quiénes queramos ser, no somos más que un subproducto de
nosotros mismos y la única manera de llegar a los demás es través de nuestros
actos.
Lo siento por la reflexión filosófica, sé que es una
mierda que alguien intente meterte sus propias ideas en tu cabeza. Podría
prometerte que esto no se repetirá, pero seguro que dentro de un rato me
estarías llamando mentiroso, algo que, por otro lado, me trae sin cuidado. En
realidad estoy bastante orgulloso de mi capacidad para engañar a los demás, no
tengo más remedio, me gano la vida con ello.
Ahora mismo lo que estoy haciendo es esconderme en una
habitación de hotel. No vivo aquí, solo estoy de paso. Tengo un piso fantástico
en el centro de la ciudad pero ahora no sería muy prudente volver a casa, al
menos no hasta que esté seguro de que no me siguen.
Lo de hoy ha sido algo completamente improvisado, no lo
había hecho antes. Estaba en un bar, con una cerveza en la mano, escuchando
cómo discutía la gente, cuando pensé lo fácil que sería hacer que los borrachos
perdiesen los estribos. Entonces se me ocurrió comprobar mi teoría.
Me acerqué a un hombre enorme que estaba sentado cerca y
ya llevaba unas copas de más y le dije que el tipo que jugaba al billar al
fondo le había llamado orangután. Después de aquello solo tuve que echar un
poco más de leña al fuego, unos comentarios aquí y allá fueron suficientes.
Cuando la tensión en el ambiente se hizo tan grande que
estuvo claro que aquella olla no tardaría en estallar, me alejé de allí y desde
una distancia segura observé el espectáculo. Las hostias llovían por doquier,
puñetazos, patadas, una coreografía realmente espectacular.
Al acabar la refriega, alguien había llamado a la
policía, por lo que todos los participantes del alboroto, al menos los que
todavía permanecían en pie, salieron de allí corriendo. Quedaron tres personas
inconscientes en el suelo, además del dueño del local recogiendo restos de
cristales rotos.
En ese momento salí de mi escondite, me acerqué al
primero de los heridos y aproveché para quitarle todo el dinero de la cartera.
Repetí la misma operación con los otros dos borrachos y después me fui de aquel
bar, mientras el dueño vociferaba y me llamaba todo tipo de groserías.
Aparentemente todo había salido a pedir de boca, era
cincuenta euros más rico y me había divertido más que si hubiese ido al cine.
Pero todo se jodió en el último momento. Al salir por la puerta me di de bruces
contra uno de los tipos que habían participado en la pelea, el cual me
reconoció como la persona que había empezado los comentarios que habían llevado
a aquello. En consecuencia tuve que huir y, por miedo a que me persiguiesen él
y sus amigos hasta la mismísima puerta de mi casa, había acabado por guarecerme
en el primer motel que había encontrado.
Había hecho una estupidez de lo más arriesgada y no solo
había disfrutado con ello, sino que ya estaba pensando en el modo de
perfeccionar la jugarreta para poder volver a repetirla.
Tal vez pienses que no merece la pena todo el esfuerzo
por la miseria que había sacado, y sin lugar a dudas estarás en lo cierto, pero
aquella no era mi fuente principal de ingresos, solo había sido una diversión
para romper con la monotonía. Aunque, probablemente, ahora no tendría más
remedio que volver a cambiar de ciudad antes de lo previsto, una lástima porque
realmente me gustaba aquel piso. Tampoco es como si no fuese a volver, a estas
alturas tengo residencias a lo largo de todo el país. Viajo mucho. Estoy un
tiempo en un sitio, la lío, y después tengo que irme durante un tiempo para que
se enfríen los ánimos. Soy muy prudente en ese sentido pero, aun así, alguien
acabará por reconocerme y he hecho cosas mucho peores que la de hoy.
No solo no me arrepiento sino que estoy bastante
orgulloso de mí mismo. Cada vez me salen mejor las cosas. La cruda realidad es
que mis actividades no tendrían ningún sentido si no hubiese nadie que cayera
en la trampa. Puedo parecerte algo pretencioso pero lo cierto es que no
cometería la osadía de considerarme a mí mismo más listo que los demás sin
motivo, al final son ellos los que terminan por darme la razón. Sin imbéciles
yo no podría ganarme la vida y cada vez estoy más convencido de que la
proporción de idiotas que hay actualmente en el mundo es enorme.
Podría ilustrar estas ideas de mil y una maneras pero
antes de ponerte otro ejemplo voy a contarte un poco más de mí, sin otra razón
que porque ahora me apetece y puede que dentro de un rato no sea así.
En primer lugar hablaré sobre mi aspecto. Soy bastante
corriente, no tengo ningún rasgo distintivo. Estoy en la media de altura. No
soy gordo ni tampoco delgado. Tengo el pelo oscuro y corto. Poco más puedo
decir al respecto la verdad, de hecho soy tan común, tan aburrido que,
afortunadamente para mí, nadie me recuerda nunca. El día en que alguien tenga
que hacer un retrato robot mío, será un día como cualquier otro porque, si
usasen dicha descripción para buscarme, se encontrarían con que hay miles de
personas parecidas. En vista de mis actividades, este hecho que a mucha gente
le molestaría, a mí me beneficia.
No busco llamar la atención, no quiero ser diferente, eso
se lo dejo a todos esos desgraciados que necesitan destacar en algo. Yo
prefiero ser el mejor en pasar desapercibido.
Mi aspecto es, en principio, suficiente para mis
intereses, pero aun así lo llevo un paso más allá. No contento con verme
físicamente como cualquier otra persona del montón, además me visto con el
mismo discreto propósito. Siempre voy a la moda, eso es algo a lo que siempre
tengo que estar atento. No tengo estilo propio porque eso podría ser mi
perdición. Mis atuendos los dicta la sociedad y el entorno por el que me mueva
en un momento determinado, al final eso es lo más efectivo. Nadie dirá de mí en
ningún momento algo así como: “Si, lo recuerdo, llevaba puesto…”. Lo más
probable es que si alguien intenta describir mi vestimenta se vea con el
obstáculo de haber visto a veinte personas con la misma ropa durante ese mismo
día.
Aunque parezca mentira he terminado de decirte cómo soy.
Lo más probable es que ahora estés igual que al principio. Te he dicho
exactamente cómo me veo y sin embargo eso no te sirve de mucho y no puedes
hacerte una imagen mental mía en la cabeza. Me disculpo si sientes que te he
hecho perder el tiempo, pero si esperas el relato convencional, estás
escuchando a la persona equivocada.
Hace tan solo unos pocos días presenté mi nueva novela y ahora voy a aprovechar la ocasión para hablaros en esta entrada un poquito sobre el libro.
No voy a meterme en demasiada profundidad para no estropearle la historia a quien quiera leerla, pero sí que os puedo comentar algunas cosas sobre la estructura de la novela y sobre su protagonista.
La gran mayoría de la obra está contada en primera persona y prácticamente no encontramos nada de dialogo, de esta forma se crea un ambiente íntimo donde, en palabras de alguno de los lectores, da la sensación de que el protagonista está susurrándonos las palabras al oído.
El narrador es un personaje anónimo que se muestra reticente a compartir su nombre con nosotros. La razón de ello queda clara en las primeras páginas y, aun así, el protagonista nos invita a quedarnos junto a él para quizás más adelante revelarnos su identidad. El personaje es un estafador, pero no es un criminal cualquiera sino una persona meticulosa que ha ido desarrollando su propio sistema de valores y una moral que está alejada de la norma social. A lo largo de las páginas nos irá contando sus actividades en el momento presente, así como distintos relatos de su pasado, para, de este modo, hacernos comprender su modo de pensar y ya de paso tentarnos para que lleguemos a compartir su punto de vista.
Se trata de un relato repleto de crítica social y con grandes dosis de humor. Eso sí, es un humor negro y muy acido que no nos hará reírnos a carcajada limpia sino más bien esbozar una media sonrisa o levantar las cejas asombrados con la ocurrencia del protagonista.
También es una historia llena de sorpresas, y es que cuando por fin nos adaptamos a la narración podemos encontrarnos con que todo da una vuelta de 180 grados y descubrimos que no es bueno dar las cosas por sentado. Sus giros argumentales continuarán sorprendiéndonos hasta la última de sus páginas, donde descubriremos un final que dista mucho de cualquier cosa que pudiésemos haber imaginado.
En fin, espero haber conseguido picar vuestra curiosidad con estas pocas líneas y os invito a entrar en el espacio dedicado a la novela si queréis saber más del libro, así como leer una pequeña anécdota de cómo surgió la inspiración para crearlo.
Si os interesa leerlo, está disponible en Amazon y en Lulu por poco más de 2 euros.
Muchas gracias a todos por el apoyo y ya sabéis que estoy aquí abierto a cualquier comentario que queráis hacer sobre la novela. Del mismo modo, si algún compañero bloguero quisiera echar un cable con la promoción del libro, ya sea haciendo una reseña o de cualquier otro modo, no tengo problema en facilitarle un copia gratuita.
Tras un breve periodo de ausencia en el blog, vuelvo para informaros que ya está disponible mi nueva novela: "Cómo fabricar Cocaína (con harina y otros productos que puedes encontrar en tu propia casa)".
Podeis encontar el libro en formato digital en Amazon kindle y Lulu.
Tambien tengo ya en funcionamiento un espacio dedicado a la novela. Aquí encontareis más información sobre el libro.
Me pregunto qué ocurriría si el destino careciese de importancia. Inicio la marcha para, poco tiempo después, olvidar cuál fue el lugar de partida.
Mi vida trascurre en ciclos que vienen marcados por el paisaje. Gente viene y va, son mis compañeros de ruta, sé que solo compartiremos unos pocos instantes juntos.
La mitad del trayecto. Un escalofrío recorre mi espalda y trato de exprimir cada momento como no lo había hecho antes.
Temo que acabe el viaje. Sé que tarde o temprano será inevitable, no es fácil acostumbrarse a la idea.
Siempre lo mismo, rutinario.
Entonces, un día, miro las vías y me siento como si fueses una parte más de esa infinita estructura metálica. ¿El sentido de mi vida es ser el sustento de otros? No es un mal destino, pero quiero más.
Ese día no vuelvo, mi trayecto es solo de ida. Es tiempo de construir mi propio camino y no seguir los rieles nunca más.
Solo hay una dirección, hacia delante. Siempre había estado ahí, esperando que tuviese el valor suficiente como para adentrarme en lo desconocido.
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En esta segunda entrada en referencia a mis
ediciones de libros antiguos, voy a hablar del que es para mi la joya de la
corona, el libro al que le tengo más cariño de todos los que he adquirido en
mercadillos ingleses.
Se trata de “The Secret Garden” (El jardín secreto) de Frances
Hodgson Burnett, una historia que ya conocía cuando era pequeño, quizás por
alguna adaptación cinematográfica o de animación, y que hasta el momento en que
me lo compré, hace poco más de un año, no había tenido la ocasión de leer.
Mi ejemplar es una edición de 1931 y el
aspecto es idéntico al que tiene la primera edición que es del año 1911, separándose
ambas por solo 20 años de diferencia. Está francamente bien conservado, aunque
se ha perdido el color dorado del dibujo de la portada.
Como curiosidad, en las primeras páginas, se
encuentra la firma de uno de los antiguos propietarios del libro, algo que para
mí le da más personalidad, transmitiéndose así esa sensación de poseer un
pequeño tesoro que ha ido cambiando de manos con el tiempo.
Una de las grandes maravillas que encontramos
en el libro, además de su tierna historia, son las ilustraciones que plagan
toda la obra. Son una preciosidad de dibujos y hace pensar en cómo muchas veces resulta una lástima que esta costumbre
de ilustrar las palabras de autor se esté perdiendo con el tiempo, quedando
relegado a unos pocos y excepcionales casos, muchos de ellos en la literatura
de fantasía y en la infantil.
En una futura entrada hablaré de la historia, ya
que también es una lectura que quisiese recomendar. De momento, os dejo, al lo largo de estas líneas, con
algunas fotografías del libro.
¿Por qué digo poseídos? Es sencillo: Veamos
la película “El Exorcista”, por ejemplo. Uno de los signos de posesión es
hablar lenguas desconocidas (lol, xq, :-),XD, etc.). Otro síntoma es hacer
movimientos extraños con la cabeza (Juro que he visto a gente andar por la
calle mirando hacia abajo, a su teléfono, sin levantar la cabeza para nada).
También están los que hablan con seres del más allá (manos libres,
whatsapp). Y no nos olvidemos de quienes
pueden declarar de forma espontanea que ellos “son legión porque son muchos”
(como los cientos de seguidores de las distintas redes). Pero lo más
terrorífico de todo es saber que hay entes que nos observan constantemente,
esperando el momento de de colarse en nuestro mundo.
Image courtesy of Victor Habbick / FreeDigitalPhotos.net
Todos esos son motivos más que suficientes
para hacer saltar la alarma, pero por desgracia parece ser que no tenemos
ningún especialista en este tipo concreto de posesiones. No existe ningún
exorcista para librarnos de este demonio en particular.
El mundo moderno y todo lo que ello conlleva,
de eso voy a hablar aquí. Los nuevos lenguajes, las redes sociales, estar
siempre conectados… todos esos son los temas que quiero discutir. Son una serie
de avances que traen consigo, como la mayoría de las cosas, aspectos positivos
y también aspectos negativos. El problema es que los aspectos negativos, son
tan difíciles de observar en ocasiones que rara vez se les hace el caso que se
debería. No provoca cáncer y por ello nadie se plantea en Año Nuevo que tiene
que dejarlo.
Una nueva tecnología, el uso de sistemas
portátiles y redes cada vez más avanzadas, nos permite una forma de estar
siempre en contacto con familiares, amigos y con el mundo en general. La necesidad de
expresarse de forma rápida y eficaz, ya fuese por las limitaciones de los
primeros teclados móviles o por querer hablar mientras uno caminaba, por
ejemplo, están entre las razones por las que se desarrolló ese nuevo lenguaje
con el que hoy convivimos a diario. Todo ello consiste en un conjunto de expresiones
y palabras abreviadas que, junto con algunas combinaciones de símbolos, que representan
emociones, se usan en estos sistemas. Resulta bastante curioso el modo en que
este lenguaje se difunde y se va haciendo cada vez más extenso, creciendo en
vocabulario y con unas normas que, aunque no figuren en ninguna parte, están
ahí y son conocidas por los usuarios. Tanto es así, que para alguien que no
esté acostumbrado a este intercambio de palabras modernas, puede no entender
absolutamente nada en un mensaje de texto.
Hasta ahí todo bien, ¿pero qué pasa cuando un
lenguaje diseñado específicamente para un entorno concreto empieza a invadir
otros medios? Lo que ocurre es que lo chavales suspenden Lengua Castellana
porque escribieron una de estas abreviaturas en un examen. Y es que se corre el
peligro de aceptar este lenguaje hasta el punto de perder el propio.
Cambiando de tercio, está la cuestión de las
redes sociales y todas esas plataformas que te permiten estar en contacto con
tus amigos las veinticuatro horas del día, con una corriente de información
constante. En el lado positivo, está claro que esto nos permite tener un canal
de comunicación nuevo y antes inexistente, re-conectar con antiguas amistades y
gente de nuestro pasado, ampliar las fronteras del mundo…
Todo fantástico, pero cuando tenemos 500
amigos virtuales de los que apenas conocemos a un cuarto de ellos personalmente
y solo tenemos contacto (presencialmente halando) con una docena de los mismos,
cabe preguntarse si es oro todo lo que reluce.
A la hora de la verdad, hay gente que está
tan centrada en consultar constantemente todas las novedades de su círculo de
amistades en el ordenador, que se olvida de las personas que tiene más cerca.
Hay quien siente la necesidad de compartir todo lo que hace con cualquiera que
tenga la suficiente curiosidad como para mirar y ¿no es esa búsqueda de atención
un posible síntoma de una necesidad más profunda que no se está cubriendo?
Existe una adicción real a las redes sociales, con gente que lo deja todo para
poder satisfacer su irracional deseo. Hay personas que sienten ansiedad si
pasan demasiado tiempo desconectadas y también las hay que no tienen la ocasión
de sentir dicha ansiedad porque no se desconectan nunca.
Sin embargo, como todo en esta vida, hay que
saber encontrar el término medio. Cualquier cosa que en principio parezca
beneficiosa se puede volver en nuestra contra si se abusa de ella. Hay que
entender y hacer un uso correcto de las nuevas herramientas que disponemos, sin
olvidar que son un medio para alcanzar un fin, y no el fin en sí mismo. Es
decir que no hay que dejar que nos “posean”.
Image courtesy of debspoons / FreeDigitalPhotos.net
Para acabar, lo haré comentando aquello que
al principio he mencionado que me parecía lo más terrorífico de todo. Estamos
bajo una constante vigilancia. Agencias de publicidad, el gobierno,
organizaciones… Toda esta gente tiene acceso a nuestros datos, a nuestros
gustos y preferencias, a nuestras identidades. Lo preocupante del asunto es que
eso que antes parecía ciencia ficción, ahora es real y somos nosotros mismos
los que estamos proporcionando esa información a todo aquel que la pida.
Aceptamos a ciegas acuerdos y clausulas con cada nuevo programa que instalamos.
Cuando nos creamos un perfil en un lugar nuevo, le estamos dando nuestro
permiso a “vete tú a saber quién” para que nos espíe y haga lo que quiera con
todo aquello que averigüe. Y lo peor de todo es que lo hacemos con una sonrisa
en la boca, sin conocimiento de ello, pensando que el beneficio que obtenemos
es mayor que el riesgo, o quizás convencidos de que en realidad el que alguien
tenga acceso a nuestros datos no quiere decir que los vayan a utilizar.
El mundo sigue moviéndose y siguen llegando
avances para mejorar nuestra vida. Cámaras que observan todos nuestros movimientos
desde los nuevos sistemas de entretenimiento, desde los terminales de telefonía
o desde nuestros televisores. Sistemas de pago que funcionan únicamente a
través de Internet ofreciéndonos una seguridad y garantías que, en el caso de
un ataque real, son ineficaces. Adquisición de servicios a cambio de
publicidad. Esos son solo unos pocos ejemplos de cosas que ya están en marcha,
que se han ido introduciendo y, aunque sea con recelo, las terminamos por
aceptar.
¿Qué nos depara el futuro? ¿Qué está todavía
por venir? ¿Hay que recibirlo con alegría y curiosidad, o debemos hacerlo con
miedo y precaución?
No me cabe duda de que aun conociendo los
riesgos habrá quien exclame: ¡Toma posesión de mi cuerpo mundo moderno! Y se
deje llevar sin más. Personas demasiado adaptadas y que son incapaces de
cuestionarse nada. Sin embargo, hay que tener cautela, no podemos dejar que nos
sean impuestas necesidades que antes no existían. Hay que hacerse preguntas y
no dar las cosas por hecho. Está bien que surjan todos esos avances y también
lo está que nos adaptemos al paso del mundo, porque si no nos quedaremos
anclados en el pasado. Pero siempre, hay que pensar primero y actuar en
consecuencia.
No nos olvidemos nunca de pensar porque si
dejamos que otros lo hagan por nosotros, perdemos nuestra individualidad y nos
convertimos en alguien más del redil. Nos convertimos en otra persona que se ha
embriagado con la modernidad y se ha dejado poseer alegremente.
A la espera. Como tantas otras personas, como
en tantas otras ocasiones. Siempre llega un momento en tu vida que no puedes
hacer nada más que esperar.
Cuando se acaba todo aquello que está dentro
de tus posibilidades, cuando exprimes al máximo esa parte del esfuerzo que solo
dependía de ti y de nadie más. Entonces llega el momento de esperar.
Y es que hay ocasiones en que, por frustrante
que esto sea, nuestro propio avance depende del resto del mundo.
Así estoy yo en estos momentos. A la espera.
En más de un sentido, académico, profesional, social… todo está pendiente y
congelado en el tiempo.
Siendo así, solo queda ser paciente y desear
que la espera se haga corta.
Para mi recomendación de hoy me he decidido
por una novela de terror. No voy a hablar de ninguna de las obras más populares
aunque sí que lo haré de una de las grandes figuras del género. La obra que
quiero comentar es Cabal y su autor Clive Barker.
El nombre de Clive Barker, para los que no hayan leído mucho de él, les sonará
por ser la enfermiza mente que engendró las historias en las que están basadas
las películas Hellraiser y Candyman, dos grandes clásicos del
terror. Para otros es el autor de los Libros
de Sangre, una serie de recopilaciones de relatos truculentos que van en
una línea de terror más gore y perturbadora que el relato medio.
Para mi Clive
Barker es el creador de una leyenda eterna, un lugar mágico y unos
personajes que tienen mucho potencial y que, pese al tiempo que tiene la obra
en la que surgieron, espero que algún día pueda llegar a saber más de ellos. Todo esto se lo atribuyo a Cabal, libro que para los que no lo
hayan leído es la novela en la que se basó la película de culto Razas de Noche (Nightbreed).
Me parece particularmente interesante hablar
de este libro ahora que se han puesto de moda (y no en el buen sentido) todo
este tema de los monstruos “buenos”. Y es que en Cabal podemos decir que tanto el héroe del libro como el resto de
personajes por los que nos posicionamos como lectores, entrarían dentro de esta
categoría de monstruos. Mientras que los villanos son los demás, desde la
policía, la iglesia o un psiquiatra con perversas intenciones.
Pero que nadie se engañe, en este libro los
monstruos no dejan de ser monstruos, nada de lucecitas y rostros bellos,
cuerpos esculturales y ojos bondadosos. Los monstruos de la historia dan miedo,
son terroríficos, algunos de ellos son grotescos y aun así nos resulta
inevitable ponernos de su lado.
¿Pero de qué va Cabal y por qué me atrae tanto la historia? Bueno, en líneas
generales es la historia de un hombre torturado cuyo destino es el de unirse a
las Razas de Noche y guiarlas hacia una nueva era. Todo ello mientras sus
antiguos enemigos, sintiéndose amenazados por semejantes aberraciones, intentan
ponerse en su camino y acabar con estas criaturas.
Pero hay mucho más. Todo empieza en un lugar,
un lugar llamado Midian, donde viven los monstruos. Se trata de una ciudad bajo
un cementerio, donde viven estas razas de noche, aisladas del resto del mundo
con unas rígidas normas que velan por su supervivencia. Estas criaturas son el
origen de las leyendas y los mitos que dieron lugar a las historias del hombre
lobo o los vampiros, pero que no son en realidad ninguno de estos seres, sino
algo muy distinto. Cada una de estas razas de noche tiene sus propios rasgos,
algunos pueden cambiar de forma, otros son alérgicos a la luz, pero todos
tienen algo en común y es que en la antigüedad fueron perseguidos y llevados
casi a la extinción (dándose muchas de estas trágicas muertes en tiempos de la
santa inquisición). Por miedo a todo aquello que es diferente, el ser humano
aniquiló a esas criaturas hasta que a los supervivientes, bajo el amparo de su
dios Baphomet, no les quedó más remedio que ocultarse en las profundidades para
siempre.
La mitología que se crea en el libro es
fabulosa y por ello, es una historia que me gustaría ver continuada en un
futuro más allá del libro, o de la película que ya existe (de hecho ha habido varios diálogos en referencia a esta cuestión
recientemente, con lo que tal vez próximamente veamos una serie televisiva
sobre las razas de noche).
Así pues, si os atrevéis, os invito a
adentraros en las profundidades de Midian y si tenéis suerte (o si sois
desafortunados, según se vea) quizás las Razas de Noche os abracen.
A
lo largo de estas líneas os he puesto una de las portadas del libro, la misma
de la edición que tengo yo. Además, también tenéis el cartel de la
adaptación cinematográfica, adaptación que, sin ser la mejor película del mundo,
sí que recrea bastante bien la mitología del libro, además de estar acompañada
por el estupendo sonido que se consigue con las mágicas bandas sonoras de Danny Elfman, con quien os dejo a
continuación con el tema principal de la película Razas de Noche.
Cuando
llegó ese día a casa, sabía que iba a hacerlo, esta vez sí. En realidad, tenía
los preparativos dispuestos desde hacía dos semanas, pero había querido darle
una oportunidad al muy desgraciado. Ya no lo aguantaba más, estaba harta de
aquel indeseable que llevaba haciéndole la vida imposible desde que entró en la
empresa. Todos los días tenía que soportar las burlas y humillaciones de ese
capullo trajeado. Pero si todo salía según lo había previsto, el suplicio
acabaría pronto.
Después
de la última vez que aquel tipo la había ridiculizado delante de todos sus
compañeros de trabajo, había sentido tal odio hacía él que rápidamente se
apresuró a buscar maneras de vengarse. Había buscado en multitud de foros de
Internet, pero ninguna de las soluciones que le propusieron le pareció lo
suficientemente buena. Se sentía desesperada, no sabía qué hacer. Llegó a
plantearse dejar el trabajo, únicamente para no tener que encontrarse de nuevo
con aquel mal nacido. Pero necesitaba el dinero y encontrar un nuevo empleo
hubiese sido una tarea realmente complicada. Estaba a punto de resignarse a ser
un saco de boxeo humano durante el resto de su vida cuando, un mes atrás,
recibió un correo electrónico que contenía una misteriosa y extravagante
receta.
Su
primer instinto había sido el de borrar el mensaje directamente, pero algo le
impidió hacerlo. Sabía que lo más probable era que la receta no fuese de
verdad. Pensó que seguramente solo era un broma o, quizás, publicidad
encubierta de algún tipo. Sin embargo, en su situación actual, habiéndose
quedado sin opciones, aunque pareciese una locura, consideró que no tenía nada
que perder por intentarlo.
La
mayor parte de los ingredientes necesarios los consiguió en un solo día, otros
tardó un poco más. El problema era que había determinadas hierbas exóticas que
no conocía y tampoco sabía dónde podía adquirirlas.
Después
de hacer unas cuantas preguntas a los dependientes de los comercios de su
barrio, le indicaron un lugar, una pequeña herboristería a las afueras, que
posiblemente tuviese lo que necesitaba.
Encontró
la apartada tiendecita sin demasiado esfuerzo. Era un local minúsculo y algo
desordenado a la vista, parecía como si los distintos productos que se vendían
estuviesen dispuestos de cualquier forma por las estanterías y por el suelo. Le
atendió una mujer muy mayor y bajita. La mujer tenía toda la cara arrugada y se
movía tan despacio como hablaba, además no oía muy bien y le pidió que apuntase
en un papel lo que quería para así poder leerlo y buscárselo. Afortunadamente,
ella ya tenía escritos los ingredientes que, de todos modos, no hubiese sido
capaz de pronunciar. Le entregó el papel a la anciana y vio que ésta lo leía y
empezaba a moverse por toda la tienda, cogiendo varias cosas y dejándolas sobre
el mostrador. Todo lo necesario estaba allí.
Salió
de la tienda con una bolsa llena de plantas y gruesas raíces, habiendo pagado
una minucia por ellas. Hasta el momento estaba resultando una venganza bastante
económica.
Una
vez hubo superado la primera dificultad en la búsqueda de ingredientes, se puso
a pensar en el modo de resolver la segunda. No solo necesitaba hierbas, la
receta también requería de ciertos ingredientes más… “extravagantes”, por
decirlo de algún modo. Necesitaba sangre menstrual de una virgen, la suya
obviamente no valía. Solo se le ocurrió una posibilidad para conseguir esto.
Una amiga suya tenía una hija adolescente. Pensó que la chiquilla era demasiado
cría como para haber mantenido relaciones sexuales, aunque con la juventud de
hoy en día nunca se sabe, de cualquier manera tendría que servir. No podía
simplemente llamar a su amiga por teléfono y pedirle prestada la compresa usada
de su hija, así que lo que hizo fue ir a su casa a tomar café y a hablar de los
viejos tiempos. En un momento dado, fue al cuarto de baño de su amiga y
aprovechó para rebuscar en la papelera que estaba junto al inodoro hasta que
encontró lo que buscaba. El problema era que no podía estar segura de que
aquello perteneciese a la hija y no a la madre. Para salir de dudas, durante la
conversación se quejó de los dolores de su propia regla, esperando introducir
el tema sutilmente. Así, con relativa sencillez, descubrió que en aquel
instante solo la hija tenía su periodo, con lo que el objeto que se había
agenciado solo podía pertenecer a esta.
El
próximo ingrediente fue más fácil de conseguir, pero no por ello menos extraño.
La receta requería un frasquito de su propia orina, pero esta solo era válida
si la muestra se tomaba en una noche de luna llena después de haber ingerido
una infusión especial. El brebaje estaba repugnante, pero consiguió lo que
necesitaba. La sensación no fue muy distinta de cuando tienes que entregar un
botecito similar al médico para que lo analicen.
De
entre todos, el ingrediente que más le desagradó conseguir fue el último.
Necesitaba algo se su víctima, algo orgánico. Le hubiese encantado cortarle la
lengua, pero la venganza que estaba preparándole era mucho mejor que una simple
amputación. Aguantó al capullo arrogante un día más, incluso se hizo la simpática,
lo justo como para poder acercarse lo suficiente a él y quitarle un pelo que se
había desprendido de su cabeza y había ido a parar a la superficie de su cara
camisa color azul pijo. Tuvo que aproximarse a él, pasarle la mano por el
hombro y entrar en contacto. Eso le causó una gran repugnancia. No es que el
tipo fuese físicamente desagradable, en realidad, era muy atractivo, pero no
son las apariencias lo que de verdad importa. Ella era capaz de ver su
verdadero rostro y le daba asco. Realmente esperaba que la receta funcionase,
porque el desgraciado se merecía cualquier cosa que le pasase.
Nunca
se le había dado bien coser, pero para aquella labor se esforzó como nunca
antes lo había hecho. Cada retalito de tela lo colocó con el mayor de los
cuidados. Se pinchó varias veces con la aguja, pero aun así el resultado fue
inmejorable. Su obra tenía una forma magnífica, solo dejó una apertura en el
centro, necesaria para darle el toque final. Rellenó el hueco con algunas de
las plantas que había adquirido, unas cuantas plumas de gallina y, como
colofón, añadió también la sangre, el cabello y la orina. Para terminar, cosió
la apertura para que no se saliese el relleno y se quedó un rato contemplando
el fruto de su esfuerzo. Era impresionante, realmente le pareció que irradiaba
magia, era tan sumamente siniestro que parecía que fuese a cobrar vida en
cualquier momento. Sintió su poder y eso la asustó. Fue entonces cuando decidió
darle una última oportunidad al bastardo de la oficina para cambiar su
conducta. Lo tenía todo preparado pero estaba tan convencida de que iba a
funcionar que no quería hacer sufrir a nadie de forma innecesaria.
Dos
semanas le había dado, dos semanas perdidas. El cabronazo no solo no rectificó
su conducta sino que se ensañó todavía más. Por lo que a ella respectaba, el
tipo había firmado su propia sentencia y ahora iba a pagar el precio.
Calentó
algo de agua para preparar una infusión que debía tomarse durante el ritual,
esperando que no supiese tan mal como la última. Dibujó un círculo de tiza en
el suelo del comedor y luego lo adornó con los símbolos necesarios, después lo
rodeó con varios cirios. Apagó todas las luces de modo que la única iluminación
provenía de la sinuosa llama de las velas. Se bebió la infusión de un trago y
colocó el muñeco de trapo que tanto trabajo le había costado coser en el medio
del círculo. Todo estaba dispuesto para empezar el ritual.
**********
“Javier,
¿qué te pasa en las piernas?” La misma pregunta durante toda la mañana. Por
algún motivo se había levantado con una especie de sensación de hormigueo y
adormecimiento en las piernas, era tan incomodo que había estado todo el día
caminando de forma extraña, entre arrastrándose y balanceándose. La gente se
había dado cuenta, pero la mayoría pensaron que no era más que otra de sus
bromas. Por lo general, siempre se había considerado alguien con un gran
sentido del humor, una persona alegre que disfruta haciendo reír a los demás.
Aquel día, sin embargo, le había parecido que él mismo era objeto de burla. No
le gustó nada. La gente le había estado señalando con el dedo y se habían reído
de él, no con él.
El
día siguiente fue todavía peor, la molestia aumentó hasta transformarse en un
agudo y espantoso dolor, como si mil agujas se le clavasen en las piernas. Tuvo
que pedir un permiso y se fue a descansar a casa. Pensó que si el dolor
continuaba tendría que ir al médico sin falta.
Pero
el dolor desapareció. Justo cuando estaba a punto de llamar a una ambulancia
porque no podía resistirlo más, paró de repente. Dejó de sentir molestias en
las piernas, como si nada hubiese pasado. Aun así, aquello le había asustado
tanto que fue a ver a su médico de rodas formas, al menos para obtener alguna
explicación o medida preventiva. La visita fue inútil, el doctor le tomó por un hipocondríaco quejica y le mandó a casa sin decirle el motivo por el que podía
haberle ocurrido aquello. De cualquier modo, por precaución, procuró descansar
el resto del día.
A
la mañana siguiente, afortunadamente, el dolor no regresó. Aparentemente no
había motivo de preocupación, de manera que siguió su rutina habitual y se fue
a trabajar. La jornada transcurrió sin problemas y, curiosamente, sin bromas de
sus compañeros, antes de darse cuenta ya era la hora de salir. Recogió sus
cosas y se dispuso a marcharse. Llamó al
ascensor y esperó hasta que este llegó, dejó que se abriesen las puestas y
accedió al interior de la cabina. Entonces ocurrió algo muy extraño, sin que él
pulsase ningún botón, las puertas se cerraron de golpe tras él y el aparato
empezó a ascender. Pensó que alguien se le habría adelantado desde arriba, pero
cuando por fin dejó de subir, las puertas no se abrieron. Empezó a apretar
botones, también el de emergencia, pero nada parecía funcionar. Se puso a dar
golpes, a llamar pidiendo auxilio, pero no ocurrió nada. De pronto el ascensor
empezó a descender a gran velocidad, como si estuviese cayendo sin control. Le
entró el pánico y se agachó en el suelo, esperando el choque. Pero el ascensor
no se estrelló, cuando estaba casi a nivel del suelo, redujo la velocidad.
Finalmente se abrieron las puertas y vio que estaba en la planta baja, sano y
salvo. Salió corriendo del aparato, sin quedarse si quiera a presentar ninguna
queja, solo quería alejarse lo más posible de aquella máquina infernal.
Caminó
por la calle a paso raudo, ansioso por regresar a casa. De repente escuchó un
estruendo de algo rompiéndose tras de sí. Se detuvo y se dio la vuelta para
mirar qué había provocado semejante ruido. Vio un montón de piedras en medio de
la calle, trozos de cornisa que se habían desprendido de la finca que tenía al
lado y se habían precipitado al vacío justo en el instante en que él había
pasado por debajo. Se había salvado por un pelo, si hubiese ido solo un poco
más despacio, uno de los pedruscos le habría caído en la cabeza y le hubiese
matado al instante. En cualquier otro momento se hubiese sentido afortunado,
pero sumando este suceso al del ascensor y el extraño dolor de piernas, el
efecto fue el contrario. Empezaba a sentirse gafado, estaban ocurriendo demasiadas
cosas raras.
Finalmente
llegó a casa, sin ninguna incidencia más. Cerró bien la puerta, fue hasta el
dormitorio y se dejó caer sobre la cama esperando que aquel día tan bizarro
acabase cuanto antes. Por fin podía relajarse. Después del desprendimiento,
había estado el resto del camino con los nervios de punta, sobresaltándose por
cualquier ruido de la calle. Pero ya daba igual. No quiso ni cambiarse de ropa,
tal como estaba, en la misma posición, cerró los ojos esperando viajar cuanto
antes al país de los sueños. Entonces se escuchó un estallido y se incorporó
rápidamente. El susto casi le provoca un ataque al corazón. Todos los cristales
de la casa habían reventado al mismo tiempo. Eso fue la gota que colmó el vaso,
ya no pudo dormir en toda la noche.
A
la mañana siguiente estaba agotado, pero tenía que volver a la oficina. Sin
embargo, con la luz del nuevo día, decidió tomarse los sucesos del día anterior
con humor y no hacer un mundo de unas cuantas coincidencias algo
desafortunadas. Decidió seguir con su vida como siempre, sin preocupaciones y
con el mismo sentido del humor. Más aún, se comportaría con más alegría todavía
de la habitual, sería más simpático, haría más bromas y, decididamente, no
dejaría que nada le estropease el día.
**********
No
podía entenderlo. Con todo lo que le había hecho y a pesar de todo el tipo
seguía con la misma sonrisa de imbécil de siempre. Sabía que el ritual había
funcionado porque se había asegurado por ella misma de los resultados, pero aun
así no había logrado el efecto que ella deseaba.
Primero
había probado lo más tradicional de todo, clavar alfileres en el muñeco. Con
esto solo consiguió que su víctima se pensase que estaba enferma y lo mandasen
a casa, además el efecto se desvaneció rápidamente. Después de ese intento
fallido, se le ocurrió que podía tratar de aterrorizarle, aunque no estaba
segura de que nada que fuese más allá de clavar agujas fuese a funcionar.
Como
conocía sus horarios, esperó a la hora en que el cretino tenía que regresar a
casa y en el momento en que se introdujo en el ascensor, ella se puso en
marcha. Sacó el muñeco del bolso y lo metió en una caja de zapatos mientras
recitaba las palabras que hacían que todo aquello surtiese efecto. Entonces
cerró la caja y comenzó a agitarla de arriba abajo con fuerza. Se dejó llevar
por el entusiasmo y, en un momento dado, la caja se le escurrió de entre las
manos. Pudo ver caer la caja y, por un instante, dudó entre cogerla o dejar que
se estrellase contra el suelo. Al final la cogió al vuelo, no quería que el
juego se acabase demasiado pronto, al fin y al cabo, todavía no había
conseguido humillarlo.
Durante
ese mismo día, había intentado varias cosas más. Arrojó piedras contra el
muñeco y le tiró cristales rotos. Todo ello pensando en la cara con la que
llegaría su detestable compañero al trabajo el día siguiente. Sus esfuerzos
fueron en vano. Lo había visto entrar por la puerta con la misma sonrisa, como
si nada hubiese ocurrido. Todo lo que había hecho no había servido de nada.
Aquel tipo parecía inmune a los accidentes y desgracias fortuitas. Pensó que
tendría que seguir intentándolo hasta que su enemigo se desplomase por fin y
asumiese la derrota.
A
lo largo de toda la semana estuvo jugando con el muñeco de trapo. Le puso un
plástico en la cara para ahogarlo durante un rato. Le frotó la espalda con una
lima. Le hizo cortes en los brazos con un cúter. Incluso le metió la cabeza en
mierda de perro. Pero todo fue inútil, el muy imbécil siempre regresaba a por
más, nunca se vino abajo, y en consecuencia ella se sentía cada vez más
frustrada. Solo le había dejado una salida, acabar el juego de forma trágica.
Si no podía humillarle del mismo modo que él lo había hecho, entonces haría que
nunca más se burlase de ella.
Fue
hasta la cocina de su casa y encendió el fuego. A continuación sacó una satén
honda de un armario, la roció hasta arriba con aceite y la puso sobre el fuego.
La idea era esperar a que el aceite estuviese hirviendo y entonces freír al
muñeco hasta que este acabase completamente carbonizado. Quería que sufriese la
peor de las torturas y quería que muriese agonizando.
Cogió
el muñeco entre las manos y, mientras se acercaba al fuego, comenzó a recitar
las palabras del ritual. Se aproximó hasta ver el contenido chisporroteante de
la sartén. Estaba tan cerca que podía sentir el intenso calor. La curiosidad,
le hizo pasar la mano por encima durante unos segundos, simplemente para
saborear lo que estaba a punto de ocurrirle a su víctima. Cuando estuvo
preparada, se decidió a tirar el muñeco al fuego, lo agarró con una mano y fue
acercándolo hasta la sartén. Solo quedaba abrir la mano y dejarlo caer.
El
calor era insoportable, notaba el olor a quemado incluso antes de haber hecho
nada todavía. De hecho, el olor casi parecía real, demasiado real. Entonces
miró hacia abajo y se dio cuenta de que se había acercado demasiado al fuego,
se había aproximado tanto que una de las llamas se había abierto camino hasta
la bata que llevaba puesta. No se estaba imaginando el olor y el calor, se
estaba quemando.
Del
susto, soltó el muñeco por los aires. Se tiró al suelo y empezó a rodar sobre
sí misma para intentar apagar las llamas, pero lo único que consiguió fue que
la alfombra también se prendiese. Sintió que su propia piel empezaba a
quemarse. Se levantó de nuevo buscando agua o algo que la ayudase, pero el
dolor empezaba a ser insoportable. Chilló y pidió auxilio mientras corría de un
lado a otro de la casa, expandiendo el incendio por allá por donde pasaba. No
podía ver nada y tampoco podía dejar de gritar. Finalmente se cayó al suelo y
mientras se convulsionaba sintió como la vida se escapaba de su cuerpo.
**********
Había
sido una semana horrible, no habían dejado de ocurrirle accidentes y se había
visto envuelto en un montón de situaciones inexplicables. Su desesperación
había llegado a ser enorme. Había dejado de comer y de dormir, estaba siempre
en guardia, alterado por lo próximo que pudiese ocurrirle. A pesar de todo, no
había querido dejar que los demás notasen su estado, quería seguir pareciendo la
misma persona de siempre. Ante todas las dificultades, se presentó cada día con
una sonrisa mayor al trabajo, aunque la verdad fuese que estaba exhausto y
aterrorizado.
Después
de lo ocurrido, buscó ayuda en todas partes y cuando los medios convencionales
le fallaron, buscó también en otro tipo de medios. Al final estaba dispuesto a
aceptar cualquier tipo de explicación, por descabellada que pudiese parecer. Se
convenció de que había sido víctima de magia negra, alguien le había echado una
maldición o algo así. Sabía que, de seguir de aquel modo, quien le había hecho
aquello no tardaría en acabar con él. Solo un milagro podía salvarlo y más o
menos eso fue lo que ocurrió. Recibió un correo electrónico anónimo que
contenía una receta para protegerse contra las malas artes.
No
le costó mucho reunir los ingredientes. Solo necesitó unas hierbas que compró
en una pequeña herboristería a las afueras de la ciudad y un brebaje llamado
vinagre de los cuatro ladrones. Cuando lo tuvo todo, antes de que el hechicero
le atacase de nuevo, se puso inmediatamente con el ritual. Escribió unos
dibujos en un papel, recitó unas palabras y se tomó una infusión especial.
Después, roció el papel con el vinagre que había comprado y finalmente le
prendió fuego.
No
tenía manera alguna de saber si lo que había hecho había funcionado, pero, aun
así, cuando el papel acabó de ser consumido por las llamas, sintió un gran
alivio, como si se liberase de unas cadenas que tenían a su espíritu preso.
Inmediatamente
supo que todo había pasado. Pero todo lo vivido le había llevado a plantearse
muchas cosas sobre sí mismo. Lo había pasado realmente mal y no le deseaba a
nadie una experiencia similar a la que él había tenido. Entonces pensó que tal
vez las bromas que hacía habitualmente podían llegar a ser ofensivas, que tal
vez estaba atormentando a alguien sin darse cuenta. En ese mismo instante,
decidió cambiar radicalmente su comportamiento. A partir de entonces sería más
serio y más cordial, haría solo bromas de buen gusto y cuando la situación fuese
la adecuada. La verdad es que siempre había sido alguien muy inseguro y tendía
a refugiarse en su sentido del humor, pero era hora de madurar.
Pensó
que lo primero que debía hacer el próximo lunes por la mañana al llegar al
trabajo era acercarse a aquella mujer que le gustaba y en lugar de burlarse de
ella para llamar su atención, le pediría disculpas y después la invitaría a
tomar algo si ella le perdonaba. Solo esperaba que no fuese demasiado tarde
para enmendar sus errores.