martes, 30 de octubre de 2018

Relato: El rostro

Hoy os traigo un relato de terror recién salido de los altos hornos infernales para contribuir así al ambiente de la temporada. Os animo a reuniros por la noche, a bajar las luces y sentaros muy cerca los unos de los otros, para así, entre susurros, narrar las más escalofriantes historias.
¡Feliz noche de Halloween! Y cuidado al volver la cabeza, porque si no reconocéis a la persona que tenéis al lado quizás estéis contemplando...


EL ROSTRO


Allí estaba otra vez. Observándole entre la multitud con esa sonrisa burlona, diciéndole con la mirada: “Aquí estoy, siempre estoy aquí”.

La gente en el interior del vagón del metro pasaba junto a aquel ser sin inmutarse, ignorando la verdadera naturaleza de la criatura, aparentemente incapaces de ver la realidad. Pero Rodrigo lo veía, por desgracia lo veía.

Al principio, algunos años atrás, se le había aparecido como un espejismo, o como un extraño efecto óptico provocado por un reflejo de la luz. Lo había achacado al cansancio. Sin embargo, a partir de ese momento, las apariciones se hicieron cada vez más frecuentes. En ocasiones levantaba la mirada y se encontraba el rostro observándole desde la ventana de algún edificio; otras veces, como aquella, era una persona más viajando en el metro, camuflándose entre el resto de viajeros.

Su apariencia era engañosa. Sus rasgos aparentemente humanos. En aquel rostro estaban presentes todas las partes fundamentales: dos ojos, una nariz, unos labios, los pómulos, las mejillas, la barbilla, incluso las pequeñas arrugas y marcas producidas por la edad y las expresiones faciales. Pero ninguno de aquellos detalles funcionaba en conjunto. Era como ver una reproducción imperfecta de una obra de arte, se trataba de un Picasso viviente, o más bien como si alguien hubiese intentado corregir y recolocar las formas del rostro de un Picasso, ignorando el propósito del artista o siendo incapaz de entenderlo. Sí, grotesco, corrupto, artificial… aquel no era el rostro de un ser humano, sino el de un ser que lo imitaba, burlándose descaradamente.

Rodrigo se preguntaba por qué motivo la criatura había decidido acosarle, torturándole con su presencia, amenazándole sin decirle nada. Y no con poca frecuencia había pensado que todo había sido un desafortunado accidente. Quizás la primera vez que lo vio fue debido a unas condiciones especiales, algo que ocurría en raras ocasiones a algunas personas, quienes inmediatamente ignoraban y olvidaban el suceso. Pero él no había podido olvidarlo, se había obsesionado con el rostro, lo había buscado entre la multitud una y otra vez, temiendo su presencia, pero necesitando encontrarlo, para poder convencerse a sí mismo de que no estaba perdiendo el juicio. Y al final ocurrió lo inevitable, el ser se percató, se dio cuenta de que Rodrigo lo había reconocido por lo que era realmente, se dio cuenta de que había una persona en el mundo para quien sus perversos planes, fuesen cuales fuesen, no pasaban desapercibidos. Así pues, el ser había decidió aterrorizarle, jugando con él a aquel siniestro juego del ratón y el gato.

Durante un tiempo desapareció. Rodrigo no lo vio durante 3 o 4 meses. No pudo olvidarlo, pero se relajó, empezó e pensar que después de todo, el asunto había sido solo su imaginación. Pero, por supuesto, aquel no había sido sino otro juego más. Cuando la criatura reapareció, lo hizo más osada que nunca antes. Rodrigo lo encontró en el trabajo, tomando el ascensor justo antes que él y forzándole a coger el siguiente, para no compartir un habitáculo tan pequeño y asfixiante con el insidioso ser. Después lo encontró caminando por la acera contraria a la suya, en el fondo del bar donde tomaba cervezas con sus compañeros, en la cola de la taquilla de un cine, en el asiento del copiloto del vehículo circulando en dirección contraria…

El rostro estaba en todas partes. Cada vez que Rodrigo salía a la calle se sentía observado, incluso cuando no se topaba directamente con la criatura, sabía que esta estaba allí, en algún sitio, esperando el momento adecuado para sorprenderle y angustiarle con su presencia. La duda se convirtió en ansiedad, en malestar, en inseguridad, en terror. Pero no podía compartirlo con nadie, la vida seguía y tenía gastos, tenía familia y compromisos sociales. Así que disimuló lo mejor que pudo. Se mantuvo firme cuando le temblaban las rodillas, se secó discretamente el sudor de la frente, desvió rápidamente la mirada cuando el horror inimaginable le invitaba a mantenerlo vigilado.

Al acceder al vagón del metro había esperado encontrarlo allí, y al bajar en su parada lo hizo sabiendo que no sería el único en hacerlo, una mirada perversa le seguiría de cerca. Se estaba acostumbrando. No le gustaba, pero había empezado a tolerarla.

¡Ah! Si todo hubiese acabado ahí, con esa no tan inocente persecución malévola. Pero Rodrigo no tardó en descubrir que aquello había sido solo el principio de la pesadilla.

La criatura se fue volviendo cada vez más audaz y, viendo que su víctima se estaba habituando a su presencia, dio un paso más, decidido a terminar de sumergir a Rodrigo en el inmensurable abismo de la locura.

El rostro comenzó a aparecerse entre los miembros de su círculo de amigos, entre sus familiares y sus seres queridos. Suplantó a todos aquellos en quienes Rodrigo hubiese podido apoyarse y confiar, dejándole así indefenso y abocándole a la más absoluta de las soledades. Y es que no le quedó más remedio que abandonar el mundo. Cuando ya no fue capaz de confiar en nadie, cuando el rostro era todos los rostros, decidió que la única manera de no volver a encontrarlo era recluirse en su propia casa, cerrar las persianas, desconectar el televisor, y evitar así encontrarse con nadie. Si no era capaz de ver a ninguna persona, nadie tendría aquel rostro monstruoso, y quizás, con el tiempo, la criatura se olvidaría de él y dejaría de atormentarle.

En el interior de su auto-impuesta reclusión, mientras los minutos se convertían en horas, con los mínimos estímulos a su alcance, podía escuchar las conversaciones de sus vecinos y se preguntaba si alguno de ellos tendría el rostro de la criatura, si se acercarían a pedirle un poco de sal con aquella sonrisa macabra e inhumana. Rodrigo notaba su corazón acelerarse con el solo pensamiento de tener a la criatura a tan solo unos escasos centímetros de sus cara, lanzándole su nauseabundo aliento de otro mundo, escupiéndole con falsas palabras mal pronunciadas, mirándole con ojos de pesadilla que soñaban con devorar su alma.

Sintió una repentina arcada, asqueado con la horripilante posibilidad de encontrarse en semejante situación. Corrió hacia el cuarto de baño, resistiendo a duras penas, esforzándose por contener la masa pútrida que luchaba por salir de sus entrañas. Y alcanzó el retrete justo a tiempo, expulsando así el ácido contenido de un estomago que no había probado bocado en los cuatro días que había durado su confinamiento.

“Solo un poco más”, se dijo a sí mismo una vez acabó el suplicio, pero sin quitarse el amargo sabor de la boca. Consciente de que, en realidad, no sabía si en algún momento tendría la fuerza suficiente para regresar a la calle y enfrentarse de nuevo al temor de encontrarse con un rostro que quizás le estuviese esperando frente al umbral de su casa.

Se enjuagó la boca y se humedeció la cara, sintiéndose ligeramente aliviado al contacto del agua. Y entonces levantó la mirada y se meó encima.

Se encontró cara a cara con el rostro de su pesadilla viviente, devolviéndole la mirada, rechinando los dientes, con los ojos abiertos como si fuesen a salirse de sus órbitas, con los labios agrietados y sanguinolentos, con las mejillas hundidas entre los huesos de su escuálida calavera.

Allí estaba otra vez. El rostro estaba en el espejo, un rostro que no necesitaba a nadie más para materializarse ante la mirada de Rodrigo. Había creído que estaba seguro en soledad, cuando en realidad había invitado al ser a apropiarse de su propio cuerpo.

Presa del pánico, decidió acabar de una vez por todas con la criatura. Abrió un cajón y sacó unas tijeras de cortar el pelo. Y entonces miró el rostro una última vez, apenado al ver al ser que le había robado la cara. Valoró sus opciones con frialdad. Se acarició la nariz con el filo de las tijeras, abiertas de par en par, preparadas para destruir aquello que no era humano, y se dio cuenta de que era una locura sin sentido. Aunque ahora mutilase a la criatura, estaba seguro de que volvería a encontrarla en el exterior; el rostro se apropiaría de otra persona, de un desconocido, o incluso de un amigo.

No, en realidad solo había una manera de poner fin a la pesadilla. Sujetó las tijeras con firmeza y las clavó con fuerza, dando un agonizante alarido, intentando resistir el dolor y tratando de no desvanecerse antes de terminar la tarea, pero aliviado al pensar que jamás volvería a encontrarse con el rostro. Al fin y al cabo, ojos que no ven…

miércoles, 10 de octubre de 2018

Microrrelato: Ladridos

October is the month in which interesting people have their birthdays (yep, I'm including myself).

Una excusa tan buena como cualquier otra para hacer una breve entrada entrada en el blog, aunque sea con un pequeño microrrelato. De paso, también recuerdo que la novela episódica que estoy publicando sigue actualizándose y recientemente colgué el final del segundo capítulo, podéis encontrar la novela haciendo clic AQUÍ.

And, you know, if you visit the blog, comments are always welcome, that will encourage me to continue updating.


LADRIDOS

Le tenía terror. Frecuentemente se desviaba del camino y tomaba la ruta alternativa para evitarlo. No obstante, en ocasiones, no le quedaba más remedio que atravesar el campo custodiado por la bestia de oscuro pelaje. 

En cuanto el animal le escuchaba acercarse, comenzaba a ladrar amenazadoramente. Se acercaba y daba vueltas alrededor suyo, gruñendo y enseñando los dientes, esperando un gesto desafiante para atacar. 

Eso era todo. El perro jamás le había mordido. Ni a él, ni a nadie que conociese. Aun así, su miedo irracional era más fuerte, y le ordenaba evitar semejante situación.

Es por ello que se sorprendió de sí mismo, llorando perplejo, cuando se enteró de la tragedia. El pobre animal había sido víctima de un atropello y había fallecido.

Después de aquello nunca más volvió a atravesar aquel campo. La ausencia de los familiares ladridos le causaba mas desasosiego que el miedo que había llegado a sentir por estos.