miércoles, 24 de abril de 2019

UNA IDEA OLVIDADA


Si hubiese olvidado las llaves en un cajón, correría a buscarlas antes de salir de casa, porque las necesitaría para poder regresar. Es un ejemplo muy concreto de un caso donde sé reconocer y ubicar una necesidad. Aquí hay otro: Si voy a pagar la cuenta por el café que me acabó de tomar, y al meter la mano en el bolsillo descubro un agujero en lugar de una moneda, estoy seguro de que me pondré a buscar por el suelo a mí alrededor. Igual encuentro lo que busco o igual no, porque lo que ocurre con las cosas que se pierden es que no siempre se encuentran. No tiene demasiada importancia, en la mayor parte de los casos son fáciles de sustituir.

Lo que me pregunto por lo tanto es lo siguiente: ¿Qué ocurre cuando no sé lo que he perdido?

Seguro que conoces la sensación. Sales a la calle y de repente eres abordado por la idea de que te has dejado algo, de que se te olvida algo importante pero no sabes lo que es. Y una vez más el resultado solo puede ser uno: puede que lo recuerdes o puede que no. Si lo logras, quizás te des cuenta de que era una tontería, la ignores y sigas tu camino. También puede ser que realmente necesitases aquello que hayas olvidado, en cuyo caso das la vuelta inmediatamente y regresas a por… lo que sea. En ambas situaciones logras calmar la ansiedad por esa pérdida que sientes.

Lo que de verdad me interesa a mi es un caso donde esa sensación no te abandona, y si lo hace es para regresar al poco tiempo, con más fuerza.

Caminar preguntándote qué es lo que has perdido, o si acaso lo tuviste alguna vez. Devanarte los sesos intentado recordar algo que quizás jamás existió. Solo pensar en ello me produce un escalofrío.

Imagínate en tu lecho de muerte. Exhalando tu último aliento. Desvaneciéndote, libre de culpa o remordimientos. Para que en el último instante tu paz sea interrumpida por ese pensamiento cruel y avasallador. Te olvidaste algo. En algún momento de tu vida olvidaste algo muy importante y eres incapaz de recordar el qué. Y peor todavía, ahora ya nunca vas a poder hacerlo. ¿No resulta realmente aterrador?

¿Es algo que quiero o que he querido? ¿Es algo que necesito o he necesitado? En ocasiones, cuando relatas este tipo de fenómenos, hay quien se apresura a decirte que si lo has olvidado es porque no sería tan importante. Y yo podría replicar: ¡Oh! Cierto es que yo lo he olvidado, pero también puedes haberlo hecho tu, amigo mío. Algo en tu interior lo sabe, y quieres compartir conmigo tu angustia inconscientemente. No quieres ser el único que ha olvidado aquello que ha perdido.

Si no piensas en ello, eventualmente volverá a ti. O tal vez no… Tal vez cuando lo halles, cuando te des cuenta de lo que perdiste, ya no sea lo mismo, haya cambiado. O tú mismo hayas cambiado, y tu perdida carezca ahora te todo su valor.

Si lo que he perdido estaba reservado a un momento puntual en mi vida y el momento ya pasó. ¿No habrá entonces siempre un hueco en mi corazón que no seré capaz de rellenar?

Y si no he perdido solo una cosa y han sido muchas a lo largo de los años… Y si recuperar lo perdido no depende de mí… Y si me he perdido a mí mismo, y el motivo por el cual no puedo saberlo es porque lo que necesitaba para ello está atrapado en mi antiguo ser. Y si la respuesta está en realidad justo delante de mí y por más que la miro anhelante no la reconozco.

¿Y si en realidad sé lo que he perdido pero no quiero admitirlo? Y leo, añoro, imagino, pienso, dudo… y decido que prefiero olvidar.

viernes, 12 de abril de 2019

Relato: Una historia

UNA HISTORIA


Esta es la historia de una historia. Es la historia que nunca llegué a escribir y que, pese a ello, siempre vuelve a mí, para preguntarme el motivo por el cual me esfuerzo en olvidarme de ella. 

Antes de que preguntes, no, no se trata de mi historia. Mi historia es aburrida, mundana y carente de detalles memorables. No es que en mi vida no haya habido momentos que no pudiesen tener ningún interés. Simplemente, esos momentos no resultan lo bastante novedosos como para que merezca la pena centrarse en ellos. También hubo drama en mi historia, pero siempre he sentido que dicho drama no me pertenecía. Tan solo eran escenas que desfilaban frente a mis ojos. Lo mismo que una película o una representación teatral, donde, sí, es cierto que puedo interactuar e influenciar los acontecimientos hasta cierto punto, pero nunca dejando de ser un simple espectador, alguien sin autentico control sobre el resultado. 

Así que, como mi historia es esa y decidí que no le interesaba a nadie, no es esa la historia que tengo en mente, la que aparto a un lado y siempre regresa a empujones. 

Estarás diciendo ahora mismo: ¡Ya lo tengo! Si no es tu historia, porque claramente la aborreces, entonces la historia que quieres contar es la que te gustaría que hubiese sido tu historia. Y al pensarlo, me ves imaginando épicas batallas morales, superando momentos difíciles con la ayuda de complejos personajes que ayudan a mi crecimiento personal, o encontrando un gran amor imposible bajo la luna llena, reuniendo a dos personas hechas la una para la otra en el acto final. 

Bueno, te equivocas. Es cierto que hay historias como esa que son populares y muy entretenidas. Pero la historia que quiero contar necesita estar un poco más enraizada y asentada en tierra firme, en lugar de andar flotando en nubes de algodón, que siempre terminan por deshacerse sin dejar rastro. 

Y, por cierto, antes de que te me adelantes. Respecto a esto último, admito que dejar rastro es importante. Quizás no es el motivo principal para contar una historia, y no está en mi poder el determinar si ese es un motivo digno para contar algo, o por el contrario se trata de un acto egoísta con el único propósito de ensalzar el propio ego. No me voy a poner a filosofar sobre ello, porque aunque el autor quiere dejar su marca en el mundo, si una historia me persigue es porque quiere ser contada, no por decisión mía, sino es posible que incluso quiere serlo a pesar mío, ignorando mi decisión y sentido común. 

Así que pienso en la historia una y otra vez, siempre que la recuerdo, siempre que llama a la puerta, o a la tapa del arcón donde he intentado sepultarla. Pasan los años y la historia no cobra vida, aunque lucha por sobrevivir, pero tampoco muere. Podría haberla matado, pero la mantengo con respiración asistida, sedada y amarrada a una habitación de hospital sin puertas y ventanas. La mantengo así con culpabilidad. Lo cierto es que tampoco quiero dejarla marchar, incluso cuando cada vez está más claro que jamás contaré esa historia. 

Tampoco lo voy a hacer ahora. Esa historia me la guardo. Como ya he dicho, esta historia es sobre una historia. Y ya que no va a ser contada, esta vez, cuando ha regresado suplicante, al menos he pensado que debía hablar de ella.