miércoles, 29 de mayo de 2013

Presentación del libro "Valencia y Murcia: Golpe a la corrupción"

Saludos a todo el mundo.

Como ya os adelanté en una entrada anterior, próximamente saldrá a la venta la antología de relatos: Valencia y Murcia: Golpe a la corrupción.



En este libro figuran los relatos de diez autores (entre los que me incluyo) hablando, desde la ficción, de un tema que desgraciadamente está tan sumamente de actualidad como es la corrupción.

La presentación del libro será el día 7 de Junio a las 19:30. El lugar escogido para este evento será la Casa del Libro de Valencia, que para quienes no lo sepan se encuentra en la calle Ruzafa 11.

En la mesa estarán Alberto Soler junto a una personalidad pública muy conocida en Valencia Ana Noguera y Luis Pérez Puig. Además también asistiremos al acto de presentación los autores de los relatos, de modo que si alguien se quiere hacer con algún ejemplar se lo llevará firmado por todos nosotros.

Espero ver por allí a todos los que podáis asistir, ya sea para apoyarnos o para adquirir algún ejemplar.

Muchas Gracias.

lunes, 27 de mayo de 2013

Artículo de opinión: El miedo, la evolución del mecanismo

El miedo, ese concepto que no es desconocido para nadie y que pese a ello se manifiesta de forma distinta para cada persona. Puede ser debido a causas diametralmente opuestas u puede ocasionar todo tipo de reacciones en nuestro cuerpo, pero no hay un solo individuo que lo experimente del mismo modo. Siendo entonces algo con tanta variabilidad, resulta curioso que todo el mundo pueda identificarlo rápidamente. Si lo pensamos bien, es un concepto abstracto y difícil de explicar y sin embargo se aprende en una edad muy temprana.

Hay miedos que los desarrollamos con el tiempo, otros han estado siempre ahí y hay incluso algunos que podríamos considerar primigenios, unos miedos que suelen ser comunes para un amplio conjunto de personas. Es una idea fascinante, la de un elemento que siempre ha existido en este planeta, que se transforma y adapta, que evoluciona al mismo tiempo que la sociedad y que no atiende a edad, sexo o raza. El miedo es una de las pocas verdades universales que existen y por ello merece nuestro respeto.

Ya en nuestros primeros años tenemos encontronazos con el miedo. En un principio es un mecanismo de aprendizaje más, una manera que tiene nuestro organismo de que algo no es bueno o de que es potencialmente peligroso. Si no fuese por el miedo a las alturas, seguiríamos caminando ciegamente hacia el barranco y moriríamos por no haber aprendido a tiempo que las caídas te pueden matar. El miedo puede surgir de una mala experiencia, recordándonos en el futuro que nuestras acciones pueden tener un resultado desagradable o doloroso. Quien se siente atraído por vez primera hacia la sinuosa danza de la resplandeciente llama, ya no vuelve a hacerlo más porque aprende que el fuego quema.

Pero qué pasa con el miedo irracional, cuando nos envuelve esa sensación en un momento en que no tiene ningún sentido, cuando no nos avisa de un peligro real y no ganamos con ello ningún consejo para nuestra supervivencia. Y es que al parecer el mecanismo del miedo no tiene un botón de pausa, sigue actuando durante toda nuestra vida a menos que nosotros mismos consigamos mantenerlo bajo control. Porque resulta que cuando somos adultos, para sobrevivir, no necesitamos sentirnos paralizados por la misma respuesta de miedo que cuando éramos pequeños, sino todo lo contrario. Ante una amenaza debemos ponernos en movimiento y si las rodillas nos tiemblan o se nos bloquean perdemos unos valiosos segundos que pueden ser nuestra perdición.

Puede ser que las causa de que aquel mecanismo que tanto bien nos hizo durante la infancia acabe por funcionar de forma ineficaz en la adultez, sea precisamente por la variedad y la cantidad de miedos específicos que van de una persona a otra.

Un mecanismo genérico para unos problemas de supervivencia básica es insuficiente y por ello el cuerpo tiende a sobre-compensar, tal vez porque se reconoce que hay una amenaza pero no se identifica cuál, lo que ocasiona que se pongan en marcha las mismas reacciones que funcionaron en el pasado. Lo malo de esto es que por lo general las soluciones antiguas ya solo no son validas, sino que pueden incluso empeorar determinadas situaciones angustiosas.

Por supuesto la culpa de todo ello no está solo en una evolución natural que no sabe adaptarse al paso de los años, también la tenemos nosotros mismos y nuestra sociedad. Hoy en día estamos creando constantemente situaciones de peligro que acaban traduciéndose en nuevos miedos.
Cuando se creó ese mecanismo del miedo, nuestro organismo no conocía las guerras, el terrorismo, los robos, el fracaso, las falsas esperanzas, los cultos, los monstruos salidos de nuestra imaginación, no había cáncer, no había desengaños, no existían las armas de fuego, ni siquiera éramos plenamente conscientes de nuestra propia mortalidad y mucho menos de que no somos más que una mota de polvo en el vasto universo.

¿Puede ser entonces que la autentica razón por la que nuestro mecanismo de miedo se volviese ineficaz se deba a un exceso de información? ¿O es debido a la necesidad del ser humano de alterar el mundo que le rodea?

En mi opinión la respuesta es lo de menos, el autentico aprendizaje está en el formularse las preguntas. Tal vez si aprendemos a entender el miedo, no como un concepto genérico, sino nuestros propios miedos, entonces podamos no cancelarlos pero sí lograr convivir con ellos sin que lleguen a abrumarnos.

En cualquier caso, y por más que se piense en ello, el miedo es y seguirá siendo un concepto fascinante, ¿no os parece?

viernes, 24 de mayo de 2013

Nueva publicación en breve

Recientemente la editorial me ha hecho llegar el diseño de la cubierta de la antología de relatos en la que participo junto con otros autores. Todavía no hay fechas en las que saldrá a la venta, pero comparto con vosotros la imagen para que le echéis un vistazo.


jueves, 23 de mayo de 2013

Relato: Cuando se apaga la luz



CUANDO SE APAGA LA LUZ

Cuando se apaga la luz solo quedan las sombras para hacerle compañía. Es un recluso, vive en una celda que no está cerrada pero que es infinitamente más opresiva. Desde el momento en que yace en su cama debe permanecer en la misma postura hasta que sus carceleros le liberen a la mañana siguiente. El sufrimiento que tiene que soportar está más allá de los límites de su resistencia, pero no puede hacer nada al respecto. La rutina es siempre la misma: Cuando se apaga la luz, él se sume en la oscuridad y sus guardianes descansan finalmente, se olvidan de su existencia durante unas horas y puede que incluso sean felices en esos momentos en que pueden desprenderse de tan pesada carga.

Mientras que para algunos la vida comienza al llegar la noche, para él simplemente continúa la pesadilla. La soledad no le trae ninguna calma pero sabe que es necesaria, no para él sino para los demás.

Ha aceptado su tragedia a la fuerza, a base de repetición diaria durante toda su vida, y es que no conoce un momento anterior. No recuerda un mundo distinto, para él nunca lo hubo. A pesar de todo, sabe lo que se pierde y a lo que otros renuncian por su culpa. Se ve reflejado en la mirada de la gente y para algunos no es diferente a un mueble, uno que carece de utilidad pero del que no se pueden desprender. Es consciente de que su situación no cambiará nunca, al menos no lo hará para mejor, en todo caso, se deteriorará más.

Todas las noches actúa del mismo modo. Finge conciliar el sueño con facilidad, pero nunca lo hace realmente. Cuando se apaga la luz, abre los ojos de nuevo, deja que su visión se adapte a la oscuridad y contempla las sombrías siluetas de todo aquello que le rodea. Lo observa todo dentro de lo limitado de sus posibilidades. Durante la noche no tiene que aparentar, si quiere puede permitirse sentir tristeza o lastima por sí mismo o por los demás.

Vive en un mundo cerrado y estático. Durante el día la realidad no existe, no hay nada cierto. Aprendió a distinguir los contradictorios gestos de la gente, lo suficiente como para poder llegar a identificar como la mayor parte de las sonrisas que recibe no son sinceras. Si la hipocresía en el mundo es grande, para con él lo es todavía más.

Es meramente una víctima fortuita de un mundo que no es justo. ¿Quién elige el destino de cada persona antes de nacer? ¿Quién le marcó de por vida?

En ocasiones quisiese ver postrados e indefensos a los mismos que le miran desde las alturas. Muchos le prometieron su apoyo y alabaron su fortaleza, siempre delante de otros que pudiesen escuchar los comentarios. Pero nadie preguntó si necesitaba nada, nadie acudió a visitarle y hacerle compañía, al menos no sin las cámaras o la prensa. Cuando se apaga la luz el odio le consume por dentro y desearía que todos corriesen su misma suerte.

Nadie ha visto los signos, porque nadie ha reparado en él. Su malestar era visible, pero las miradas pasan de largo sobre su persona, ya que su presencia incomoda a la gente. La larga espera se acaba y su soledad es la misma hoy que la que fue ayer. Solo hay algo distinto, un secreto, una certeza de inevitabilidad. Cuando se apaga la luz, una única lágrima recorre su rostro, se desliza por su mejilla y cae en silencio al suelo. Antes de que esa lágrima se haya secado, su vida se habrá consumido, el mundo continuará sin él y nadie le extrañará.

Hoy, cuando se apaga la luz, lo hace para siempre.