sábado, 17 de junio de 2017

Relato: En la luna

EN LA LUNA

En el cráter más alejado de la cara oculta de la luna, en una humilde casita, habita un viejo ermitaño que, con el paso del tiempo, ha aprendido a beber de la vía láctea y a alimentarse de los rastros golosos de la cola de los cometas.

No siempre vivió aquí, aunque tampoco recuerda cuándo llegó o cómo lo hizo. El tiempo transcurre de forma diferente en el espacio exterior, y en la luna no hay relojes ni amables vecinos a quienes preguntarles la hora.

Pese a ser el único habitante de la luna, nunca se siente solo ni se aburre. Juega al golf con agujeros negros, discute filosofía con los dioses, y nada en las corrientes infinitas de la esencia primigenia del universo. Las leyes de la física no se le aplican; al no conocerlas, no se siente oprimido por ellas.

Al viejo ermitaño no le importa no relacionarse con nadie más. Añora sin tristeza y recuerda sin pesar a sus seres queridos; ahora lejanos en la Tierra, son minúsculos fragmentos de una vida pasada. Después de todo, se encuentra en un paraíso privado. Mejor que una isla desierta, mejor que una apartada cabaña en el monte. En su luna, él es soberano y libre, más libre de lo que cualquier terrestre lo será jamás.

Todas las mañanas saluda al astro rey, desayuna polvo estelar y se va a dar un paseo. Avanza dando brincos, con alegres y despreocupadas zancadas. En la Tierra, sus huesos y sus articulaciones fallaban, la gravedad le empujaba sobre una restrictiva silla de ruedas. Pero en la luna no; en la luna se siente ligero, incluso más que en su juventud.

Todas las noches la luna cambia de forma, le acuna y le mece hasta quedarse dormido. Y en sus sueños, el ermitaño ya no sueña con cabalgar a lomos del viento y volar, ese es un ideal que ya ha alcanzado, e incluso superado. En sus sueños ve el presente, un concepto abstracto y difícil de aceptar para la mayoría. Pues en un tiempo constantemente cambiante, el presente ya es pasado y nunca tenemos el privilegio de poder detenernos a contemplarlo y recrearnos con toda su belleza.

Al otro lado de una solitaria ventana, sobre una luna más allá del firmamento, en una noche salpicada de estrellas, el ermitaño ha olvidado ya el sonido que le perturbaba. El pitido monótono y regular se quedó atrás, en una habitación aséptica, cuando él emprendió su viaje. Ahora sonríe por quienes no pueden hacerlo, vela en lo alto por todos ellos.

Es feliz.