sábado, 9 de marzo de 2013

Microrrelato: Al acecho


A continuación un micro-relato de terror, sangre y visceras. Uno de esos relatos que tanto gustan a las mentes perturbadas, uno de esos que solo podría crear una mente igual de perturbada.

AL ACECHO

Siempre oculto, siempre observando. Había aprendido a no entrometerse en los asuntos de aquellos que pasaban frente a sus ojos. En aquella ocasión no sería distinto.
La escena era habitual en aquella zona de la ciudad. Un grupo de jóvenes borrachos le daban una paliza a un vagabundo que tan solo unos momentos antes había estado buscando cartones para poder tumbarse, taparse con ellos y así guarecerse del frío y la incertidumbre que lo rodeaban.
Momentos más tarde, los jóvenes parecieron cansarse y se fueron, dejando allí al pobre hombre al límite de sus fuerzas, apenas con vida.
Pensó que alguien debería castigarles por sus actos y quizás alguien acabase por hacerlo en un futuro. Sin embargo, esa no era su labor. En realidad, el destino de aquellos delincuentes juveniles le traía sin cuidado. Lo único relevante en aquel momento era el hombre tirado en el suelo, demasiado débil para defenderse, demasiado aturdido para darse cuenta de nada.
Salió de las sombras que lo ocultaban, comprobó ambas esquinas del callejón y se acercó al vagabundo.
Su corazón no se compadeció lo más mínimo, ni siquiera cuando su víctima recobró el conocimiento en el peor instante posible, aquel en que observaría con horror al ser que estaba a punto de arrebatarle la vida y acabar así con su sufrimiento.
Con un rápido movimiento, la criatura hundió ferozmente sus garras en el cráneo del maltrecho hombre, con tanta velocidad que éste no llego a sentir nada.
La sangre del pobre infeliz salpicó toda la calle y las paredes cercanas, dejando como resultado un panorama que poco distaba al interior de un matadero. Del cuerpo solo quedaron unos restos raquíticos de lo que unos minutos atrás había sido una persona.
El autor de aquel acto tan atroz se daba cuenta de que la escena era brutal, pero no le preocupaba. Sabía que nunca le cogerían, nadie osaría siquiera buscarle. Su existencia era conocida por pocos y éstos le dejaban campar a sus anchas, siempre que mantuviese las distancias y no se excediese con su particular forma de alimentarse. Siendo consciente de sí mismo, de la aberración que suponía su propia era existencia, se preguntaba con frecuencia quién era realmente el monstruo. Después de todo, él actuaba por un innato instinto de supervivencia. ¿Cuál era la excusa de los demás?
Se alejó finalmente del lugar, sin remordimientos y sin mirar atrás. Su destino eran las sombras más oscuras, donde aguardaría de nuevo hasta que apareciese una nueva víctima.