domingo, 8 de diciembre de 2013

Relato: Un Tropiezo

UN TROPIEZO

A las 5 de la madrugada se tropezó, cambió de dirección accidentalmente y ya no fue capaz de encontrar el camino de vuelta a casa.

Deambuló sin un rumbo concreto, buscando algo que le resultase familiar, pero, muy a su pesar, no encontró nada. Todas las calles parecían idénticas, con sus portales oscuros y sus comercios cerrados.

Si no hubiese estado todavía tan embriagado, quizás se habría dado cuenta de la imposibilidad de la situación en que se hallaba. Después de todo, el taxi le había dejado a unos escasos metros de su casa y, solo por haber bajado la vista un instante, este hecho no debía haber cambiado. Eso era lo que dictaba la lógica y la razón. Pero, por supuesto, la lógica y la razón estaban fuera de las capacidades de alguien que en aquel momento presentaba dificultades incluso para caminar en línea recta.

Se le escapaba ocasionalmente alguna pequeña risa nerviosa, un sonido que se veía amplificado por el eco de su oscuro y vacío entorno. Caminó durante horas, aunque en el interior de su mente confusa podrían haber sido únicamente unos pocos minutos o incluso segundos.

Fue entonces, cuando su cabeza empezó a aclararse, que le entró el pánico. Se sentía extremadamente mareado y se detuvo, apoyándose contra la pared más cercana. Ahora era consciente de que algo no iba bien. No reconocía las calles, no había nada de tráfico, no había gente, ninguna otra persona que, como él, regresase a casa de madrugada. Estaba completamente solo.

Se inclinó hacia delante al sentir como su estomago se convulsionaba con violencia. Arrojó por la boca todo lo que había consumido aquella noche, quedándose después con un sabor agrio muy desagradable.

Era obvio que no estaba en condiciones de regresar a casa por su cuenta, así que decidió usar su teléfono móvil para orientarse. Pero entonces cayó en la cuenta de que no lo llevaba encima. El teléfono se encontraba en el bolsillo de la chaqueta con la que había salido, chaqueta que se había olvidado en la guardarropía del último local al que había entrado.

Maldijo su mala suerte y dio una patada a la pared, recordando lo caro que le había resultado aquel terminal y temiendo que no pudiese recuperarlo. Sin aquella ayuda tendría que encontrar el camino de vuelta por su cuenta. Por mal que se encontrase, no le quedaba más remedio.

Se incorporó y empezó a mirar a su alrededor con atención. Pero ello solo hizo que volviese a sentir angustia. Con razón no reconocía nada, aquel sitió no se parecía ni lo más mínimo a su barrio. De hecho, aquellas calles no se parecían a ningunas que hubiese visto nunca antes en su vida.

El paisaje era tan bizarro que dudaba incluso de que estuviese en la misma ciudad. ¿Era posible que el taxista se hubiese equivocado y le hubiese llevado a… quién sabía dónde? ¿Estaba siendo víctima de una broma de mal gusto? ¿Se había pasado con la bebida y había perdido el conocimiento? Quizás aquello fuese tan solo un sueño y…

Volvió a vomitar, perdiendo no solo el contenido de su estomago sino que también aquellas ideas fantasiosas. Aquello no era un sueño, nunca antes había echado la papilla en sueños, ni había experimentado semejante mal sabor de boca.

Los edificios que le rodeaban, si es que podía llamarlos así, eran unas formas negras y alargadas que se alzaban en el aire. Pero no había ventanas en estas construcciones y tampoco parecían hechos de ladrillo u otros materiales similares. Tenían un brillo extraño que, a falta de una palabra mejor, parecía alienígena.
Image courtesy of Salvatore Vuono / FreeDigitalPhotos.net

Aunque estaba asustado, su curiosidad era mucho más fuerte y sintió un irrefrenable deseo por tocar aquella pared. Puso los dedos sobre la superficie negra y notó que era cálida al tacto y no del todo rígida. No sabía cómo no se había dado cuenta antes al apoyarse.

Incapaz de reconocer aquel tacto, sintió asco y tuvo que apartar la mano inmediatamente. Sin embargo, antes de que pudiese retirar los dedos, comenzó a notar una vibración procedente de la pared. Dio unos pasos hacia atrás, en un intento de alejarse de aquel extraño fenómeno. Pero la vibración se hacía cada vez mayor, extendiéndose a lo largo de toda aquella construcción gigantesca. Al temblor se unió un sonido agudo parecido a un chillido que procedía desde lo más alto. Y entonces el resto de edificios comenzaron a reaccionar del mismo modo.

Toda la calle se tambaleaba como si se encontrase en el epicentro de un terremoto de gran magnitud. Los chillidos resonaban en el aire desde todas las direcciones a su alrededor y un millar de puntos luminosos aparecieron en el cielo, moviéndose de un lado a otro sobre su cabeza.

Sintió que su vida peligraba. No tenía claro cuál era la amenaza, pero de algún modo estaba convencido de que si no hacía algo sería su final.

Comenzó a correr por aquellas calles en un intento de alejarse de aquello, fuese lo que fuese. Le costaba avanzar debido al temblor que se extendía bajo sus pies, pero no podía permitirse el lujo de detenerse. Temía que algo le alcanzase si se paraba aunque solo fuese un momento.

Y entonces se tropezó, perdió el equilibro y estuvo a punto de caerse al suelo.

Cuando alzó la vista de nuevo, vio que estaba frente al portal de su casa. El temblor había cesado, las construcciones negras habían desaparecido y a lo lejos todavía podía distinguir el taxi que le había dejado unos instantes antes y que ahora se encontraba detenido en el siguiente semáforo.

Al parecer se lo había imaginado todo. Pero entonces, el paso del tiempo, el cansancio, el mal sabor de boca… Decidió no darle mayor importancia y se apresuró a entrar en casa. Sin embargo, antes de poder hacerlo, sintió como algo le agarraba con fuerza por los hombros.

Comenzó a elevarse sobre el suelo, alejándose cada vez más en el aire hasta las mismas nubes, donde lo que fuese que le tenía sujeto decidió soltar su presa, sin darle tiempo a reaccionar o a decidir si se trataba de otra alucinación.

Mientras caía, pudo ver una forma extraña que volaba con alas parecidas a las de un murciélago. Lo último que escuchó antes de estrellarse contra el suelo fue el insoportable chillido de aquella criatura que había escapado de su fantasía. Y todo por un tropiezo.