viernes, 28 de junio de 2013

Relato: Mal Juju

Mal Juju

Cuando llegó ese día a casa, sabía que iba a hacerlo, esta vez sí. En realidad, tenía los preparativos dispuestos desde hacía dos semanas, pero había querido darle una oportunidad al muy desgraciado. Ya no lo aguantaba más, estaba harta de aquel indeseable que llevaba haciéndole la vida imposible desde que entró en la empresa. Todos los días tenía que soportar las burlas y humillaciones de ese capullo trajeado. Pero si todo salía según lo había previsto, el suplicio acabaría pronto.

Después de la última vez que aquel tipo la había ridiculizado delante de todos sus compañeros de trabajo, había sentido tal odio hacía él que rápidamente se apresuró a buscar maneras de vengarse. Había buscado en multitud de foros de Internet, pero ninguna de las soluciones que le propusieron le pareció lo suficientemente buena. Se sentía desesperada, no sabía qué hacer. Llegó a plantearse dejar el trabajo, únicamente para no tener que encontrarse de nuevo con aquel mal nacido. Pero necesitaba el dinero y encontrar un nuevo empleo hubiese sido una tarea realmente complicada. Estaba a punto de resignarse a ser un saco de boxeo humano durante el resto de su vida cuando, un mes atrás, recibió un correo electrónico que contenía una misteriosa y extravagante receta.

Su primer instinto había sido el de borrar el mensaje directamente, pero algo le impidió hacerlo. Sabía que lo más probable era que la receta no fuese de verdad. Pensó que seguramente solo era un broma o, quizás, publicidad encubierta de algún tipo. Sin embargo, en su situación actual, habiéndose quedado sin opciones, aunque pareciese una locura, consideró que no tenía nada que perder por intentarlo.

La mayor parte de los ingredientes necesarios los consiguió en un solo día, otros tardó un poco más. El problema era que había determinadas hierbas exóticas que no conocía y tampoco sabía dónde podía adquirirlas.

Después de hacer unas cuantas preguntas a los dependientes de los comercios de su barrio, le indicaron un lugar, una pequeña herboristería a las afueras, que posiblemente tuviese lo que necesitaba.

Encontró la apartada tiendecita sin demasiado esfuerzo. Era un local minúsculo y algo desordenado a la vista, parecía como si los distintos productos que se vendían estuviesen dispuestos de cualquier forma por las estanterías y por el suelo. Le atendió una mujer muy mayor y bajita. La mujer tenía toda la cara arrugada y se movía tan despacio como hablaba, además no oía muy bien y le pidió que apuntase en un papel lo que quería para así poder leerlo y buscárselo. Afortunadamente, ella ya tenía escritos los ingredientes que, de todos modos, no hubiese sido capaz de pronunciar. Le entregó el papel a la anciana y vio que ésta lo leía y empezaba a moverse por toda la tienda, cogiendo varias cosas y dejándolas sobre el mostrador. Todo lo necesario estaba allí.

Salió de la tienda con una bolsa llena de plantas y gruesas raíces, habiendo pagado una minucia por ellas. Hasta el momento estaba resultando una venganza bastante económica.

Una vez hubo superado la primera dificultad en la búsqueda de ingredientes, se puso a pensar en el modo de resolver la segunda. No solo necesitaba hierbas, la receta también requería de ciertos ingredientes más… “extravagantes”, por decirlo de algún modo. Necesitaba sangre menstrual de una virgen, la suya obviamente no valía. Solo se le ocurrió una posibilidad para conseguir esto. Una amiga suya tenía una hija adolescente. Pensó que la chiquilla era demasiado cría como para haber mantenido relaciones sexuales, aunque con la juventud de hoy en día nunca se sabe, de cualquier manera tendría que servir. No podía simplemente llamar a su amiga por teléfono y pedirle prestada la compresa usada de su hija, así que lo que hizo fue ir a su casa a tomar café y a hablar de los viejos tiempos. En un momento dado, fue al cuarto de baño de su amiga y aprovechó para rebuscar en la papelera que estaba junto al inodoro hasta que encontró lo que buscaba. El problema era que no podía estar segura de que aquello perteneciese a la hija y no a la madre. Para salir de dudas, durante la conversación se quejó de los dolores de su propia regla, esperando introducir el tema sutilmente. Así, con relativa sencillez, descubrió que en aquel instante solo la hija tenía su periodo, con lo que el objeto que se había agenciado solo podía pertenecer a esta.

El próximo ingrediente fue más fácil de conseguir, pero no por ello menos extraño. La receta requería un frasquito de su propia orina, pero esta solo era válida si la muestra se tomaba en una noche de luna llena después de haber ingerido una infusión especial. El brebaje estaba repugnante, pero consiguió lo que necesitaba. La sensación no fue muy distinta de cuando tienes que entregar un botecito similar al médico para que lo analicen.

De entre todos, el ingrediente que más le desagradó conseguir fue el último. Necesitaba algo se su víctima, algo orgánico. Le hubiese encantado cortarle la lengua, pero la venganza que estaba preparándole era mucho mejor que una simple amputación. Aguantó al capullo arrogante un día más, incluso se hizo la simpática, lo justo como para poder acercarse lo suficiente a él y quitarle un pelo que se había desprendido de su cabeza y había ido a parar a la superficie de su cara camisa color azul pijo. Tuvo que aproximarse a él, pasarle la mano por el hombro y entrar en contacto. Eso le causó una gran repugnancia. No es que el tipo fuese físicamente desagradable, en realidad, era muy atractivo, pero no son las apariencias lo que de verdad importa. Ella era capaz de ver su verdadero rostro y le daba asco. Realmente esperaba que la receta funcionase, porque el desgraciado se merecía cualquier cosa que le pasase.

Nunca se le había dado bien coser, pero para aquella labor se esforzó como nunca antes lo había hecho. Cada retalito de tela lo colocó con el mayor de los cuidados. Se pinchó varias veces con la aguja, pero aun así el resultado fue inmejorable. Su obra tenía una forma magnífica, solo dejó una apertura en el centro, necesaria para darle el toque final. Rellenó el hueco con algunas de las plantas que había adquirido, unas cuantas plumas de gallina y, como colofón, añadió también la sangre, el cabello y la orina. Para terminar, cosió la apertura para que no se saliese el relleno y se quedó un rato contemplando el fruto de su esfuerzo. Era impresionante, realmente le pareció que irradiaba magia, era tan sumamente siniestro que parecía que fuese a cobrar vida en cualquier momento. Sintió su poder y eso la asustó. Fue entonces cuando decidió darle una última oportunidad al bastardo de la oficina para cambiar su conducta. Lo tenía todo preparado pero estaba tan convencida de que iba a funcionar que no quería hacer sufrir a nadie de forma innecesaria.

Dos semanas le había dado, dos semanas perdidas. El cabronazo no solo no rectificó su conducta sino que se ensañó todavía más. Por lo que a ella respectaba, el tipo había firmado su propia sentencia y ahora iba a pagar el precio.

Calentó algo de agua para preparar una infusión que debía tomarse durante el ritual, esperando que no supiese tan mal como la última. Dibujó un círculo de tiza en el suelo del comedor y luego lo adornó con los símbolos necesarios, después lo rodeó con varios cirios. Apagó todas las luces de modo que la única iluminación provenía de la sinuosa llama de las velas. Se bebió la infusión de un trago y colocó el muñeco de trapo que tanto trabajo le había costado coser en el medio del círculo. Todo estaba dispuesto para empezar el ritual.

**********

“Javier, ¿qué te pasa en las piernas?” La misma pregunta durante toda la mañana. Por algún motivo se había levantado con una especie de sensación de hormigueo y adormecimiento en las piernas, era tan incomodo que había estado todo el día caminando de forma extraña, entre arrastrándose y balanceándose. La gente se había dado cuenta, pero la mayoría pensaron que no era más que otra de sus bromas. Por lo general, siempre se había considerado alguien con un gran sentido del humor, una persona alegre que disfruta haciendo reír a los demás. Aquel día, sin embargo, le había parecido que él mismo era objeto de burla. No le gustó nada. La gente le había estado señalando con el dedo y se habían reído de él, no con él.

El día siguiente fue todavía peor, la molestia aumentó hasta transformarse en un agudo y espantoso dolor, como si mil agujas se le clavasen en las piernas. Tuvo que pedir un permiso y se fue a descansar a casa. Pensó que si el dolor continuaba tendría que ir al médico sin falta.

Pero el dolor desapareció. Justo cuando estaba a punto de llamar a una ambulancia porque no podía resistirlo más, paró de repente. Dejó de sentir molestias en las piernas, como si nada hubiese pasado. Aun así, aquello le había asustado tanto que fue a ver a su médico de rodas formas, al menos para obtener alguna explicación o medida preventiva. La visita fue inútil, el doctor le tomó por un hipocondríaco quejica y le mandó a casa sin decirle el motivo por el que podía haberle ocurrido aquello. De cualquier modo, por precaución, procuró descansar el resto del día.

A la mañana siguiente, afortunadamente, el dolor no regresó. Aparentemente no había motivo de preocupación, de manera que siguió su rutina habitual y se fue a trabajar. La jornada transcurrió sin problemas y, curiosamente, sin bromas de sus compañeros, antes de darse cuenta ya era la hora de salir. Recogió sus cosas y  se dispuso a marcharse. Llamó al ascensor y esperó hasta que este llegó, dejó que se abriesen las puestas y accedió al interior de la cabina. Entonces ocurrió algo muy extraño, sin que él pulsase ningún botón, las puertas se cerraron de golpe tras él y el aparato empezó a ascender. Pensó que alguien se le habría adelantado desde arriba, pero cuando por fin dejó de subir, las puertas no se abrieron. Empezó a apretar botones, también el de emergencia, pero nada parecía funcionar. Se puso a dar golpes, a llamar pidiendo auxilio, pero no ocurrió nada. De pronto el ascensor empezó a descender a gran velocidad, como si estuviese cayendo sin control. Le entró el pánico y se agachó en el suelo, esperando el choque. Pero el ascensor no se estrelló, cuando estaba casi a nivel del suelo, redujo la velocidad. Finalmente se abrieron las puertas y vio que estaba en la planta baja, sano y salvo. Salió corriendo del aparato, sin quedarse si quiera a presentar ninguna queja, solo quería alejarse lo más posible de aquella máquina infernal.

Caminó por la calle a paso raudo, ansioso por regresar a casa. De repente escuchó un estruendo de algo rompiéndose tras de sí. Se detuvo y se dio la vuelta para mirar qué había provocado semejante ruido. Vio un montón de piedras en medio de la calle, trozos de cornisa que se habían desprendido de la finca que tenía al lado y se habían precipitado al vacío justo en el instante en que él había pasado por debajo. Se había salvado por un pelo, si hubiese ido solo un poco más despacio, uno de los pedruscos le habría caído en la cabeza y le hubiese matado al instante. En cualquier otro momento se hubiese sentido afortunado, pero sumando este suceso al del ascensor y el extraño dolor de piernas, el efecto fue el contrario. Empezaba a sentirse gafado, estaban ocurriendo demasiadas cosas raras.

Finalmente llegó a casa, sin ninguna incidencia más. Cerró bien la puerta, fue hasta el dormitorio y se dejó caer sobre la cama esperando que aquel día tan bizarro acabase cuanto antes. Por fin podía relajarse. Después del desprendimiento, había estado el resto del camino con los nervios de punta, sobresaltándose por cualquier ruido de la calle. Pero ya daba igual. No quiso ni cambiarse de ropa, tal como estaba, en la misma posición, cerró los ojos esperando viajar cuanto antes al país de los sueños. Entonces se escuchó un estallido y se incorporó rápidamente. El susto casi le provoca un ataque al corazón. Todos los cristales de la casa habían reventado al mismo tiempo. Eso fue la gota que colmó el vaso, ya no pudo dormir en toda la noche.

A la mañana siguiente estaba agotado, pero tenía que volver a la oficina. Sin embargo, con la luz del nuevo día, decidió tomarse los sucesos del día anterior con humor y no hacer un mundo de unas cuantas coincidencias algo desafortunadas. Decidió seguir con su vida como siempre, sin preocupaciones y con el mismo sentido del humor. Más aún, se comportaría con más alegría todavía de la habitual, sería más simpático, haría más bromas y, decididamente, no dejaría que nada le estropease el día.

**********

No podía entenderlo. Con todo lo que le había hecho y a pesar de todo el tipo seguía con la misma sonrisa de imbécil de siempre. Sabía que el ritual había funcionado porque se había asegurado por ella misma de los resultados, pero aun así no había logrado el efecto que ella deseaba.

Primero había probado lo más tradicional de todo, clavar alfileres en el muñeco. Con esto solo consiguió que su víctima se pensase que estaba enferma y lo mandasen a casa, además el efecto se desvaneció rápidamente. Después de ese intento fallido, se le ocurrió que podía tratar de aterrorizarle, aunque no estaba segura de que nada que fuese más allá de clavar agujas fuese a funcionar.

Como conocía sus horarios, esperó a la hora en que el cretino tenía que regresar a casa y en el momento en que se introdujo en el ascensor, ella se puso en marcha. Sacó el muñeco del bolso y lo metió en una caja de zapatos mientras recitaba las palabras que hacían que todo aquello surtiese efecto. Entonces cerró la caja y comenzó a agitarla de arriba abajo con fuerza. Se dejó llevar por el entusiasmo y, en un momento dado, la caja se le escurrió de entre las manos. Pudo ver caer la caja y, por un instante, dudó entre cogerla o dejar que se estrellase contra el suelo. Al final la cogió al vuelo, no quería que el juego se acabase demasiado pronto, al fin y al cabo, todavía no había conseguido humillarlo.

Durante ese mismo día, había intentado varias cosas más. Arrojó piedras contra el muñeco y le tiró cristales rotos. Todo ello pensando en la cara con la que llegaría su detestable compañero al trabajo el día siguiente. Sus esfuerzos fueron en vano. Lo había visto entrar por la puerta con la misma sonrisa, como si nada hubiese ocurrido. Todo lo que había hecho no había servido de nada. Aquel tipo parecía inmune a los accidentes y desgracias fortuitas. Pensó que tendría que seguir intentándolo hasta que su enemigo se desplomase por fin y asumiese la derrota.

A lo largo de toda la semana estuvo jugando con el muñeco de trapo. Le puso un plástico en la cara para ahogarlo durante un rato. Le frotó la espalda con una lima. Le hizo cortes en los brazos con un cúter. Incluso le metió la cabeza en mierda de perro. Pero todo fue inútil, el muy imbécil siempre regresaba a por más, nunca se vino abajo, y en consecuencia ella se sentía cada vez más frustrada. Solo le había dejado una salida, acabar el juego de forma trágica. Si no podía humillarle del mismo modo que él lo había hecho, entonces haría que nunca más se burlase de ella.

Fue hasta la cocina de su casa y encendió el fuego. A continuación sacó una satén honda de un armario, la roció hasta arriba con aceite y la puso sobre el fuego. La idea era esperar a que el aceite estuviese hirviendo y entonces freír al muñeco hasta que este acabase completamente carbonizado. Quería que sufriese la peor de las torturas y quería que muriese agonizando.

Cogió el muñeco entre las manos y, mientras se acercaba al fuego, comenzó a recitar las palabras del ritual. Se aproximó hasta ver el contenido chisporroteante de la sartén. Estaba tan cerca que podía sentir el intenso calor. La curiosidad, le hizo pasar la mano por encima durante unos segundos, simplemente para saborear lo que estaba a punto de ocurrirle a su víctima. Cuando estuvo preparada, se decidió a tirar el muñeco al fuego, lo agarró con una mano y fue acercándolo hasta la sartén. Solo quedaba abrir la mano y dejarlo caer.

El calor era insoportable, notaba el olor a quemado incluso antes de haber hecho nada todavía. De hecho, el olor casi parecía real, demasiado real. Entonces miró hacia abajo y se dio cuenta de que se había acercado demasiado al fuego, se había aproximado tanto que una de las llamas se había abierto camino hasta la bata que llevaba puesta. No se estaba imaginando el olor y el calor, se estaba quemando.

Del susto, soltó el muñeco por los aires. Se tiró al suelo y empezó a rodar sobre sí misma para intentar apagar las llamas, pero lo único que consiguió fue que la alfombra también se prendiese. Sintió que su propia piel empezaba a quemarse. Se levantó de nuevo buscando agua o algo que la ayudase, pero el dolor empezaba a ser insoportable. Chilló y pidió auxilio mientras corría de un lado a otro de la casa, expandiendo el incendio por allá por donde pasaba. No podía ver nada y tampoco podía dejar de gritar. Finalmente se cayó al suelo y mientras se convulsionaba sintió como la vida se escapaba de su cuerpo.

**********

Había sido una semana horrible, no habían dejado de ocurrirle accidentes y se había visto envuelto en un montón de situaciones inexplicables. Su desesperación había llegado a ser enorme. Había dejado de comer y de dormir, estaba siempre en guardia, alterado por lo próximo que pudiese ocurrirle. A pesar de todo, no había querido dejar que los demás notasen su estado, quería seguir pareciendo la misma persona de siempre. Ante todas las dificultades, se presentó cada día con una sonrisa mayor al trabajo, aunque la verdad fuese que estaba exhausto y aterrorizado.

Después de lo ocurrido, buscó ayuda en todas partes y cuando los medios convencionales le fallaron, buscó también en otro tipo de medios. Al final estaba dispuesto a aceptar cualquier tipo de explicación, por descabellada que pudiese parecer. Se convenció de que había sido víctima de magia negra, alguien le había echado una maldición o algo así. Sabía que, de seguir de aquel modo, quien le había hecho aquello no tardaría en acabar con él. Solo un milagro podía salvarlo y más o menos eso fue lo que ocurrió. Recibió un correo electrónico anónimo que contenía una receta para protegerse contra las malas artes.

No le costó mucho reunir los ingredientes. Solo necesitó unas hierbas que compró en una pequeña herboristería a las afueras de la ciudad y un brebaje llamado vinagre de los cuatro ladrones. Cuando lo tuvo todo, antes de que el hechicero le atacase de nuevo, se puso inmediatamente con el ritual. Escribió unos dibujos en un papel, recitó unas palabras y se tomó una infusión especial. Después, roció el papel con el vinagre que había comprado y finalmente le prendió fuego.

No tenía manera alguna de saber si lo que había hecho había funcionado, pero, aun así, cuando el papel acabó de ser consumido por las llamas, sintió un gran alivio, como si se liberase de unas cadenas que tenían a su espíritu preso.

Inmediatamente supo que todo había pasado. Pero todo lo vivido le había llevado a plantearse muchas cosas sobre sí mismo. Lo había pasado realmente mal y no le deseaba a nadie una experiencia similar a la que él había tenido. Entonces pensó que tal vez las bromas que hacía habitualmente podían llegar a ser ofensivas, que tal vez estaba atormentando a alguien sin darse cuenta. En ese mismo instante, decidió cambiar radicalmente su comportamiento. A partir de entonces sería más serio y más cordial, haría solo bromas de buen gusto y cuando la situación fuese la adecuada. La verdad es que siempre había sido alguien muy inseguro y tendía a refugiarse en su sentido del humor, pero era hora de madurar.

Pensó que lo primero que debía hacer el próximo lunes por la mañana al llegar al trabajo era acercarse a aquella mujer que le gustaba y en lugar de burlarse de ella para llamar su atención, le pediría disculpas y después la invitaría a tomar algo si ella le perdonaba. Solo esperaba que no fuese demasiado tarde para enmendar sus errores.


viernes, 21 de junio de 2013

Mi colección: Travels with a Donkey

Hoy voy a hablar de mi afición a coleccionar ediciones antiguas de libros. Es una afición relativamente reciente y todavía no tengo muchos, pero quiero compartirlo con vosotros.

No hay nada como un libro en papel, por mucho que se imponga el formato digital, formato que yo también voy asumiendo. El tacto de las hojas, la encuadernación, el olor del libro… es una sensación indescriptible que se está perdiendo con el tiempo. Y todas estas sensaciones están todavía más presentes cuando el ejemplar que sostienes entre tus manos es uno con historia. Tiene algo de mágico el hecho de sostener un libro que ha pasado por distintas manos, que pertenece a una época anterior a la tuya, habiendo incluso sobrevivido a guerras.

Por desgracia no tengo en mi colección ninguna primera edición (todavía) pero con el tiempo, cuando mis condiciones económicas mejoren, espero poder conseguir alguna. En algún momento he estado cerca. En una ocasión estuve contemplando durante un buen rato la primera edición de "Peter and Wendy", el libro se encontraba tras una vitrina y yo lo miraba embobado, con la tentación de gastarme todos mis ahorros aunque fuese necesario para llevármelo. Pero al final se impuso el buen juicio y me di cuenta de que no podía hacer semejante desembolso, no entonces, aunque ya llegará mi momento.

También decir, que esta afición mía tiene un requisito fundamental y es que la obra debe estar en la lengua en que fue escrita, si no pierde todo su encanto. La mejor manera de conseguir entonces estos libros es en el extranjero.

De este modo, el libro que inició mi colección es el libro de viajes “Travels with a Donkey” de Robert Louis Stevenson. El autor es también conocido por otras obras más populares como “La isla del tesoro” o “Dr. Jeckyll y Mr. Hyde”. Así, entre sus escritos se encuentran grandes clásicos que pueden estar entre los favoritos de muchos. Es uno de esos autores que me encantan y por ese motivo también fue algo muy especial haber podido visitar recientemente Edimburgo, ciudad natal de Robert Louis Stevenson, donde todavía hoy se nota la presencia del autor y de todo aquello que le inspiró.

En cualquier caso, el libro no lo obtuve en mi viaje por Escocia, sino algo de tiempo antes y en otra ciudad distinta, Londres. El lugar, uno de los tantos mercados londinenses que poseen una gran riqueza cultural y literaria, y aunque los ejemplares más preciados es más fácil encontrarlos en el mercado de Portobello, en esta ocasión el hallazgo lo hice en un oculto y destartalado puesto en Camden. Por supuesto, cuando lo encontré, en tan buen estado y con su preciosa encuadernación, no pude resistirme.

Mi ejemplar es del año 1899, una 14 edición, lo que le separa unos 20 años de la primera edición que es del año 1879. Como ya he mencionado, pese a su antigüedad se encuentra en un estado impecable, con sus bonitas ilustraciones incluidas.

A lo largo de la entrada, os he dejado algunas fotografías de mi pequeño tesoro, y en próximas entradas hablaré del resto de mi humilde colección.




domingo, 16 de junio de 2013

Relato: Hoy lamento los años venideros

Hoy lamento los años venideros

Hoy lamento los años venideros, pues lo que me depara el futuro no es sino un cúmulo de infortunios. Tengo poco tiempo para encontrar la paz interior antes de que dé comienzo mi desdicha, pero, de lograr mi objetivo, quizás mis penas sean más llevaderas.

He visto que voy a llorar. Luego, por ese motivo, no dejo de recordar las mayores tragedias de mi vida. Reflexiono sobre los momentos que me hicieron sufrir y busco en ellos una enseñanza común que me ayude a entender el funcionamiento de la tristeza. Creo que si llego a conocerme a mí mismo, la pena pasará sobre mi persona como una ligera brisa y no como un vendaval.

Sé que me romperán el corazón, y como no tengo antiguos amores desconozco el remedio para el desengaño. Solo puedo hacerme insensible a los sentimientos con la esperanza de templar mi alma, casi hasta enfriarla. Si deja de parecerme importante la pérdida de lo que es querido, no me importunará la ruptura. Desconozco lo qué es el amor, si me preguntasen ahora mismo respondería que probablemente no sea más que el producto de algún tipo de locura colectiva. Pero cuando hay tanta gente afectada por el mismo mal, sería una imprudencia no ser precavido.

Habrá muerte, las personas vienen y van, mientras tanto yo permanezco ajeno a todo ello. Pero también llegará el momento de mi propia extinción y no hay manera de que pueda asumir el fin de mis días. Aprenderé de los mayores acerca del secreto que se oculta tras los misterios de la vida. Aprenderé de los más jóvenes sobre las alegrías del tiempo que les queda por delante. Y tal vez combinando ambos conocimientos pueda dar sentido a mi propia existencia.

Cuando sea pobre añoraré los lujos y los caprichos que deseaba poseer cuando soñaba con ser rico. En esos tiempos donde mis posesiones terrenales habrán desaparecido, lamentaré no haber sido más humilde. Me enfadaré conmigo mismo por no haber sido previsor y haber derrochado sin pensar en las consecuencias. Después me sentaré en el frío suelo de un rincón mugriento y cantaré para aliviar las penas y enriquecer mi alma. Haré todo esto en el momento en que con semejantes conceptos abstractos será la única manera de recordar lo que era la riqueza.

Un día pasaré hambre y sed, mis necesidades no podrán ser saciadas de ningún modo. Entonces pensaré en los más desafortunados y mi sufrimiento palidecerá en comparación. Quizás entonces deba ser previsor y alimentar ahora al prójimo para que luego éste me alimente a mí cuando me llegue el turno. Agradeceré cada bocado que me lleve a la boca porque será un manjar en comparación con el vacío de mi futuro y atesorare cada gota de agua que, cada vez menos pura, llegará a ser un bien escaso.

Voy a conocer la enfermedad, no solo una vez sino en un gran número de ocasiones. A veces serán problemas leves, pero en algún momento seré puesto a prueba con algo que vaya más allá de mis capacidades. Mi cuerpo, como el de todos los seres vivos, es vulnerable y está en constante degradación, es solo cuestión de tiempo. Por eso llevaré una vida saludable, para retrasar el momento y hacer que mi calidad de vida sea la mejor posible. La enfermedad llegará, pero cuando lo haga yo estaré preparado física y psicológicamente. Mis anticuerpos tomarán el control y mi mente les orientará para que trabajen con eficacia, sin perder nunca la esperanza.

Hoy lamento los años venideros, donde mi peor infortunio será la perdida de la fe. En algún momento me sentiré abandonado a mi suerte y el mundo parecerá un lugar oscuro e injusto. Solo iluminando ahora bastantes vidas pueda quizás tener entonces una luz que seguir en las tinieblas, que me oriente, que me libre hoy de mis lamentaciones, pasadas y futuras

martes, 11 de junio de 2013

Artículo de opinión: Crítica y castigo, el tiempo no lo cura todo

“No, esa no es la respuesta”; “Así no deberían ser las cosas”; “No está ahí para eso”; “Eso está mal”; “No sabes lo que haces”

Frases negativas que nos amargan la existencia y nos dicen lo que no podemos hacer, pero que no nos orientan en la dirección adecuada. Un problema de la sociedad actual y también un problema en la educación de toda la vida.

Voy a hablar de algo que muchos conocerán y otros no, y voy a hablar de ello sin darle un nombre concreto ya que combino aquí un par de conceptos que mis compañeros psicólogos sabrán reconocer. Se trata un método que frena una acción en seco y que pese a ello no conlleva ningún aprendizaje. Es algo que todos hemos utilizado consciente, o inconscientemente, al tenerlo automatizado en nuestra propia educación. Y no nos damos cuenta de que con este tipo de respuestas logramos un efecto contraproducente.

Cuando damos esas negativas, las que he puesto en el ejemplo inicial u otras similares, la persona objetivo interioriza lo que le decimos y entiende que comete un error o que sus acciones no son de nuestro agrado, pero no le damos una alternativa. Ante ese problema, cuando vuelva a darse una situación similar, pueden pasar dos cosas: que intente una alternativa al azar (que puede resultar ser incluso peor que su primera respuesta) o que se bloquee y sea incapaz de actuar de uno u otro modo, convirtiéndose en alguien dubitativo e incapaz de tomar decisiones.

Afortunadamente estamos empezando a tener en cuenta estos factores en la educación de los hijos. Pero aun así no nos damos cuenta de que esto es algo que se extiende a otras facetas de nuestra vida y puede generalizarse a nuestra interacción con todas las personas de nuestro entorno. Algo en apariencia tan trivial como decirle a una persona que no te gusta algo que ha hecho y dejar la critica solo ahí, es algo que puede ir minando lenta y fatídicamente la autoestima de ese individuo. Con eso no quiero decir que si alguien comete un error que deba ser corregido (pensemos que por su bien) no se lo debamos decir, claro que tenemos que hacérselo saber, pero no hay que quedarse nunca en el error, siempre hay que ser capaz de añadir algo positivo. Eso es lo que llamamos hacer una crítica constructiva: No decir lo que se hace mal, sino cómo mejorar.

Pero esto es para acciones o hechos concretos y creo que mi explicación se puede generalizar todavía más, hasta llegar a los propios rasgos que identifican a una persona. No puedes juzgar a alguien por una única mala acción y alejarte. En primer lugar porque desconoces si ese es su modo de actuar habitual y en segundo lugar porque el daño que puedes hacerle al ponerle una etiqueta (ya sea merecida o no) puede causar un efecto devastador en el individuo.

Si a un niño le repites constantemente que es malo, no esperes que en un futuro vaya a actuar de forma distinta a como tú le has identificado. Le has hecho aprender en su infancia que es malo, con lo que no hay posible redención para él, ser malo ya no será su conducta sino su forma de ser y todo porque tu se lo dijiste en un momento clave de su vida.



Hay que tener mucho cuidado con nuestras palabras que, aunque muchas veces las consideramos inocuas, no nos damos cuenta de que para otra persona pueden tener un peso mucho más profundo, un peso que puede marcarles a lo largo del tiempo o incluso para siempre.

Si la primera vez que alguien te dijo que eras tímido te lo creíste, o la primera vez que alguien te dijo que no sabías dibujar te lo creíste, puede que tu vida se haya desviado de su dirección original, todo en base a que alguien te etiquetó con una característica que fuiste incapaz de quitarte de encima o que la asumiste directamente sin ni siquiera plantearte si esa persona podía estar en un error.

Cuántas vidas desaprovechadas habrá porque nadie supo reforzar a estas personas durante un periodo crucial en el que, sin embargo, sí que se acordaron de castigarles cada vez que “lo merecían”. Artistas cuyas obras nunca veremos, pensadores a los que nunca escucharemos, visionarios que se desvanecerán sin dejar su marca en la historia… Todo ello porque nos resulta muy sencillo criticar, porque la palabra “NO” es con frecuencia la primera que acude a nuestros labios.

Desde luego hay quien podrá decir aquí que no todo es tan negro, que hay quien persevera a pesar de los obstáculos y que, siendo así, quizás sea porque esas son las personas que realmente valen: las que no hacen caso de las criticas, los que tienen confianza en sí mismos cuando nadie más la tiene, los que pese a criarse en un ambiente negativo salen adelante y le demuestran al mundo que eran los demás los que se equivocaban. Hay quien dirá que en ellos reside el autentico mérito, y no digo que no sea verdad, lo que digo es que ¿de verdad eran necesarios todos esos obstáculos? ¿Sabe el niño de 8 años que tiene una posibilidad aunque le digan lo contrario, o resulta que si con esa edad no es capaz de sobreponerse es que no merece nada más?


No me digas lo que no soy, facilítame el camino que me permita encontrarme a mí mismo.



sábado, 8 de junio de 2013

Tercera Publicación: Una Alfombra Pisoteada

Una alfombra pisoteada es el título de mi relato dentro de la antología Valencia y Murcia: Golpe a la corrupción. El libro salió a la venta el día 7 de Junio de 2013 y ha sido publicado por la editorial Atlantis a un precio de 15 euros.

En este libro, una decena de autores hemos escrito una serie de textos: relatos, cuentos o ensayo; con un tema común: la corrupción. Todo ello visto desde el punto de vista de cada autor con su interpretación y estilo personal.

Comentando un poco mi relato, trata de un hombre que se siente oprimido por el ambiente de corrupción en el que vive y decide hacer algo para cambiar su situación, pese a que esa decisión va en contra de su propio sistema de valores.

La participación de los autores en el libro ha sido de forma voluntaria, de modo que no recibiremos ninguna ganancia de las ventas (Hasta el punto de que yo, como autor, ni siquiera tengo mi propio ejemplar de la obra, ya que mi situación económica me hacía imposible hacerme con ella actualmente).

Esta publicación forma parte de una iniciativa que puso en marcha Atlantis el año pasado y que llamó Mayo temático, sacando así una recopilación anual de relatos de algunos de sus autores en unos textos que hablasen de temas de candente actualidad. Así, del mismo modo que este año el tema ha sido la corrupción, el año pasado fue la crisis (aunque yo no participé en aquella ocasión)

Sobre la presentación del libro, decir que hemos estado presentes la gran mayoría de los autores, si bien el evento no ha sido llevado con el mismo peso por todos nosotros. A pesar de todo, sí que cada uno hemos podido hacer nuestra breve intervención.El acto de presentación del libro tuvo lugar en la Casa del libro de Valencia, y gracias a Ximo, un amigo y colega de profesión, que grabó algunas de las partes, puedo poneros aquí en el blog un vídeo con algunas de las intervenciones que se hicieron. Para quien me busque, yo hablo durante unos instantes hacia el final del vídeo, que coincide también con los últimos compases del acto de presentación.

(He comprobado que en ocasiones el vídeo no carga a la primera y en su lugar aparece un cuadro en blanco. Si esto ocurre, parece ser que recargando la página o moviéndose entre los menús se soluciona)

jueves, 6 de junio de 2013

Nota recordatoria

Mañana es la presentación de la antología de relatos en la que participo. Os recuerdo, para los que queráis asistir, que será a las 19:30 en la Casa del Libro de Valencia.

Además, el día siguiente a la presentación intentaré subir alguna foto o vídeo al blog (si tengo la ocasión de captar algo del evento) También actualizaré mi sección de "Obras publicadas" ya que, con el relato que se incluye en este libro, será mi tercera publicación.

También os adelanto que estoy trabajando en algunos proyectos para ponerlos en marcha lo antes posible. Por un lado está mi nueva novela, que la tengo en fase de corrección y que pretendo publicarla digitalmente cuando esté completamente preparada (algo que requiere tiempo porque estoy diseñando yo mismo la portada y pensando en distintas formas de hacerle publicidad). Y por otra parte, también está prácticamente lista para ver el mundo otra novela que, como ya comenté en los primeros días de este blog, quiero ir publicando de forma episódica aquí mismo, para que la gente pueda ir comentando o haciendo sugerencias.

Al menos sobre alguno de estos dos proyectos daré más información antes de que acabe el mes, y de hacerlo será porque estará ya listo para despegar.

Sin nada más que comentar, me despido por ahora, con curiosidad por saber cómo irá la presentación de mañana. Si alguno de vosotros, lectores, decide asistir no dejéis de saludar si ya os conozco, o de presentaros si todavía no hemos tenido el placer.

lunes, 3 de junio de 2013

Recomendación literaria: La llamada de lo salvaje

Para la recomendación de hoy, vuelvo a remitirme a uno de esos clásicos eternos, uno de esos libros que todo lector que se precie debe sostener entre sus manos al menos una vez en la vida. Esta es otra obra que está entre mis favoritas, siendo un libro al que le tengo un cariño especial por la cantidad de emociones que transmite, todo ello a pesar de que el personaje y punto focal de la historia, pese a estar repleto de características antropomórficas, no es humano sino un perro. Hablo por supuesto de La llamada de lo salvaje (The Call of the Wild) de Jack London.

Empezaré por comentar la historia del libro en su nivel más superficial. Se trata de las aventuras del perro Buck, un animal acomodado, acostumbrado a una vida tranquila y sin preocupaciones en California, que de la noche a la mañana es apartado de este ambiente de seguridad y trasladado a las duras regiones del norte durante los años de la fiebre del oro. Allí, en las tierras más salvajes de Canadá, tendrá que adaptarse a su nueva situación como perro de tiro y despertar unos instintos ya olvidados, para poder sobrevivir a las adversas condiciones del helado entorno y a la dura ley del garrote y el colmillo.

En la historia hay diversos temas que se pueden extraer: la adaptación a las situaciones extremas, la lucha por la supervivencia, el alejamiento de la civilización, el amor capaz de sanar las más profundas de las heridas, la fuerza de la voluntad y el orgullo; y por encima de todo la llamada de lo salvaje, del lado más primitivo de nosotros mismos, que en última instancia es una manifestación de nuestro más íntimo y oculto deseo de libertad.

¿Por qué leerlo? La respuesta es simple: el libro tiene una magia difícil de describir que nos transfiere todos esos deseos e instintos del protagonista, haciendo que deseemos experimentar por nosotros mismos esa ruptura con la sociedad y salir hacia tierras salvajes, donde, aunque la vida no es tan sencilla y el peligro está siempre tras cada árbol, podremos volver a estar en sintonía con nuestros ancestros, de una forma mucho más pura y primitiva.

De este modo, así como El señor de las moscas (libro que recomendé en una entrada anterior), lo veía desde una perspectiva social, donde se daban los mecanismos clásicos en la formación de los grupos; en esta ocasión nos encontramos con algo bien distinto. Aunque en la historia vemos la interacción entre los distintos perros, la lucha por el liderazgo, el compañerismo y otras características de tipo gregario; al final, la autentica lucha del personaje no es la de encontrar su lugar en un grupo sino la de encontrarse a sí mismo y reconectar con su lugar en el mundo.

Esperando haber despertado ya vuestro interés por La llamada de lo salvaje, quiero comentar que este libro forma junto con otras obras distintas, una de las razones por las cuales desde hace mucho tiempo he sentido yo también una gran fascinación con esas tierras remotas, que son el norte de Canadá y Alaska. Es fácil imaginarse la belleza de esos parajes apenas pisados por el hombre, donde la naturaleza tiene una vida propia en un mundo que parece que ni siquiera sea el nuestro. Me maravillan esos misteriosos fenómenos que pese a conocer su explicación científica siguen cautivándote como si de magia se tratase. Quisiese contemplar las luces del norte, la llamada aurora boreal, experimentar esas noches interminables y respirar el más puro de los aires. La llamada de lo salvaje es una de las obras que ha despertado siempre ese curioso deseo en mí, haciendo que, al igual que el perro Buck, yo también escuche en ocasiones un extraño canto en la distancia llamándome.

Ahora, saliéndome del ámbito literario, voy a nombrar otras dos obras que también poseen parte de esa misma magia que tiene el libro de Jack London. Una de estas obras es la serie de televisión Doctor en Alaska (Northern Exposure) que, aunque ya finalizada desde hace bastante años, nos proporcionó algunos momentos realmente brillantes, incluyendo en ellos este misticismo y espiritualidad de las tierras del norte.

La otra obra que quiero mencionar se trata de una película bastante reciente: Hacia rutas salvajes (Into the Wild), que guarda algunos parecidos distantes con la historia de Buck. En esta cinta el personaje también rompe con la civilización, con su vida acomodada, y sale al mundo, siguiendo la llamada de lo salvaje, de forma que sus pasos acaban por conducirle también hasta el norte, para vivir en las condiciones más extremas en Alaska.

Para la mayoría de nosotros ese canto distante que nos invita a buscar lo salvaje y a abandonar la civilización es un tono demasiado suave y no lo suficientemente persuasivo como para hacerle caso, y quizás hagamos bien porque las consecuencias para quienes ya dejaron a sus antepasados muy atrás pueden llegar a ser desastrosas. Pero siempre nos quedará soñar y buscar allí, en nuestros sueños, esos recuerdos perdidos de un mundo donde estábamos en armonía con la naturaleza. Aunque, quien sabe, quizás alguno de vosotros sea capaz de romper las cadenas que le atan a este modo de vida civilizado y pueda seguir la llamada de lo salvaje.


En esta ocasión, en contra de lo que suelo hacer, no voy a dejaros con alguna de las portadas que se la puedan haber hecho al libro, sino con una fotografía, una imagen de la aurora boreal. Y un poquito más abajo también encontrareis uno de los temas musicales utilizados en la película Into the Wild.

Imagen por cortesía de  nixxphotography / FreeDigitalPhotos.net