domingo, 24 de noviembre de 2013

Mi colección: Poems of Robert Browning

Hoy, una vez más, voy a compartir con vosotros mi pequeña colección de tesoros. El ejemplar que voy a comentar a continuación es un recopilatorio de los poemas de Robert Browning.

Robert Browning está considerado como uno de los mejores poetas ingleses del siglo XIX. Fue una figura fundamental del período victoriano y perfeccionó el monólogo dramático.

Hablar de primeras ediciones en el caso de poemas que han sido publicados de forma independiente y recopilados en distintas ocasiones es algo absurdo, así que pese a que por lo general me gusta dar algo de información sobre la primera edición, en esta ocasión, omitiré estos datos y pasaré directamente a comentar el ejemplar que está en mi poder. 

El libro lo compré en una pequeña librería en Windermere, situado en el Distrito de los Lagos, que se encuentra en la región más al noroeste de Inglaterra.

La obra que aquí presento es un ejemplar de 1919, conservado en perfecto estado. Nos encontramos con una encuadernación preciosa con una tonalidad de cuero verde, donde destaca el monograma central en color dorado con las iniciales del autor. El borde de las páginas también es dorado, así como la escritura del lomo. El papel es muy fino pero, pese a ello y la antigüedad del libro, no hay un solo desperfecto.

En el interior encontramos un retrato del autor y, a continuación las distintas obras organizadas temáticamente.

Una curiosidad que puedo comentar y que es relevante por otra entrada anterior que hice donde hablaba de otro libro muy distinto es la siguiente: En mi sección de recomendaciones os hablé de la Torre Oscura, la saga literaria de Stephen King. Pues bien, King se inspiro en una obra de Robert Browning para su saga, concretamente en un poema llamado Childe Roland to the Dark Tower Came. Dicho poema, por supuesto, se encuentra entre las páginas de este libro y es toda una delicia que, más allá de los magníficos poemas contenidos en el libro, le da un valor añadido si eres fan de la Torre Oscura.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Microrrelato: El Atardecer

EL ATARDECER


Al llegar el atardecer, Vanessa se encontraba mirando la puesta de sol. El mundo se detuvo por un instante solo para ella. Allí de pie, descalza sobre la fina arena y vistiendo su biquini negro, hubiese podido jurar que era la única persona sobre la faz de la tierra.

Contuvo la respiración, sintiéndose embriaga por un sobrecogedor sentimiento de paz y tranquilidad. Su corazón latía rítmicamente, recordándole que a sus diecinueve años estaba en la flor de la vida y su cuerpo, todavía joven y hermoso, era capaz de grandes proezas.

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Caminó lentamente hacia delante. Avanzó solo unos pasos en dirección a la orilla, lo justo como para sentir como las olas le acariciaban los pies con su intermitente y frío tacto.

Fue en ese momento de perfección cuando lanzó una frase al viento. Apenas un susurro, únicamente dedicado a su amante secreto, aquel etéreo y voluble elemento con el que tantas veces se había sentido tan identificada. Una vez más, su confidente recibía sus palabras sin devolverle miradas juiciosas, sin darle la espalda, sin esperar nada a cambio…

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pues la luz iba muriendo con cada segundo que pasaba y con ésta también moría su espíritu.

Había llegado hasta allí pero no se sentía capaz de seguir adelante. Quería adentrarse en el agua y nadar en línea recta, todo lo lejos que pudiese hasta sentirse agotada. Deseaba escapar de los horrores que había dejado atrás y que aquel hermoso atardecer solo le había hecho olvidar por un breve, aunque precioso, instante.

Estaba completamente lúcida y pese a ello no sentía remordimiento alguno por sus actos. Había sido plenamente consciente cuando había arrojado el contenido de aquella botella en la comida. No sabía por qué lo había hecho. No era infeliz, no odiaba a sus padres ni tampoco a su hermana, pero aun así lo había hecho. Había envenenado la comida y después, sin esperar para ver el resultado de ello, se había ido a la playa.

Vanessa había actuado de forma fría y calculadora, y sin embargo ahora lloraba, pero no lo hacía lamentando la pérdida de su familia. No sentía tristeza alguna. Lloraba porque había infravalorado su deseo de vivir y ahora lo había perdido todo.

A su espalda había dejado muerte. Frente a ella, entre las olas, había muerte. La única vida era la de la orilla, bañada por una luz igualmente mortecina que no tardaría en desaparecer.

Volvió a suplicarle al viento que le concediese más tiempo.

Pero el viento no respondió su suplica y el ultimo rayo de sol se extinguió, llevándose consigo a una persona y dejando tras de sí, erguida sobre la arena de la playa, la figura de una mujer joven, hermosa, vacía…

martes, 5 de noviembre de 2013

Microrrelato: Ternura


TERNURA


Mecía la cuna con delicadeza, procurando no despertar al bebé que dormía plácidamente en su interior. Miraba su piel sonrosada y se maravillaba pensando en cómo algo tan hermoso podía haber sido el fruto del amor de dos personas.

Solo unos minutos antes, los padres del niño dormían con la misma tranquilidad. Ninguno de ellos pudo reaccionar a tiempo cuando la almohada eclipsó sus rostros. Apenas ofrecieron resistencia al contacto de una mano extraña apretando con fuerza sus cuellos. No eran dignos de poseer una criatura tan bella como la que yacía en la cuna. No cuando habían demostrado tener tan pocas ganas por vivir que no habían sido capaces de defenderse a sí mismos por el bien de su retoño.

Ahora el bebé le pertenecía a él, un intruso ávido de sangre que ya en el hospital había elegido a su víctima. Había seguido a la familia a su casa y había esperado el momento adecuado. Gracias a ello había obtenido su premio.

La alarma que había programado sonó en la cocina, pero el ruido no despertó al pequeño.
Recogió al recién nacido de la cuna y se lo llevó a los brazos con cuidado. Le pasó un paño cubierto de aceite por todo su diminuto cuerpecito y después le acostó de nuevo, esta vez no en la cuna sino en una bandeja metálica.

El horno ya estaba caliente y la cena todavía dormía.


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