CUANDO
SE APAGA LA LUZ
Cuando
se apaga la luz solo quedan las sombras para hacerle compañía. Es un recluso,
vive en una celda que no está cerrada pero que es infinitamente más opresiva.
Desde el momento en que yace en su cama debe permanecer en la misma postura
hasta que sus carceleros le liberen a la mañana siguiente. El sufrimiento que
tiene que soportar está más allá de los límites de su resistencia, pero no
puede hacer nada al respecto. La rutina es siempre la misma: Cuando se apaga la
luz, él se sume en la oscuridad y sus guardianes descansan finalmente, se
olvidan de su existencia durante unas horas y puede que incluso sean felices en
esos momentos en que pueden desprenderse de tan pesada carga.
Mientras
que para algunos la vida comienza al llegar la noche, para él simplemente
continúa la pesadilla. La soledad no le trae ninguna calma pero sabe que es
necesaria, no para él sino para los demás.
Ha
aceptado su tragedia a la fuerza, a base de repetición diaria durante toda su
vida, y es que no conoce un momento anterior. No recuerda un mundo distinto,
para él nunca lo hubo. A pesar de todo, sabe lo que se pierde y a lo que otros
renuncian por su culpa. Se ve reflejado en la mirada de la gente y para algunos
no es diferente a un mueble, uno que carece de utilidad pero del que no se
pueden desprender. Es consciente de que su situación no cambiará nunca, al
menos no lo hará para mejor, en todo caso, se deteriorará más.
Todas
las noches actúa del mismo modo. Finge conciliar el sueño con facilidad, pero
nunca lo hace realmente. Cuando se apaga la luz, abre los ojos de nuevo, deja
que su visión se adapte a la oscuridad y contempla las sombrías siluetas de
todo aquello que le rodea. Lo observa todo dentro de lo limitado de sus
posibilidades. Durante la noche no tiene que aparentar, si quiere puede
permitirse sentir tristeza o lastima por sí mismo o por los demás.
Vive
en un mundo cerrado y estático. Durante el día la realidad no existe, no hay
nada cierto. Aprendió a distinguir los contradictorios gestos de la gente, lo
suficiente como para poder llegar a identificar como la mayor parte de las
sonrisas que recibe no son sinceras. Si la hipocresía en el mundo es grande,
para con él lo es todavía más.
Es
meramente una víctima fortuita de un mundo que no es justo. ¿Quién elige el
destino de cada persona antes de nacer? ¿Quién le marcó de por vida?
En
ocasiones quisiese ver postrados e indefensos a los mismos que le miran desde
las alturas. Muchos le prometieron su apoyo y alabaron su fortaleza, siempre
delante de otros que pudiesen escuchar los comentarios. Pero nadie preguntó si
necesitaba nada, nadie acudió a visitarle y hacerle compañía, al menos no sin
las cámaras o la prensa. Cuando se apaga la luz el odio le consume por dentro y
desearía que todos corriesen su misma suerte.
Nadie
ha visto los signos, porque nadie ha reparado en él. Su malestar era visible,
pero las miradas pasan de largo sobre su persona, ya que su presencia incomoda
a la gente. La larga espera se acaba y su soledad es la misma hoy que la que
fue ayer. Solo hay algo distinto, un secreto, una certeza de inevitabilidad.
Cuando se apaga la luz, una única lágrima recorre su rostro, se desliza por su
mejilla y cae en silencio al suelo. Antes de que esa lágrima se haya secado, su
vida se habrá consumido, el mundo continuará sin él y nadie le extrañará.
Hoy,
cuando se apaga la luz, lo hace para siempre.
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