viernes, 12 de abril de 2019

Relato: Una historia

UNA HISTORIA


Esta es la historia de una historia. Es la historia que nunca llegué a escribir y que, pese a ello, siempre vuelve a mí, para preguntarme el motivo por el cual me esfuerzo en olvidarme de ella. 

Antes de que preguntes, no, no se trata de mi historia. Mi historia es aburrida, mundana y carente de detalles memorables. No es que en mi vida no haya habido momentos que no pudiesen tener ningún interés. Simplemente, esos momentos no resultan lo bastante novedosos como para que merezca la pena centrarse en ellos. También hubo drama en mi historia, pero siempre he sentido que dicho drama no me pertenecía. Tan solo eran escenas que desfilaban frente a mis ojos. Lo mismo que una película o una representación teatral, donde, sí, es cierto que puedo interactuar e influenciar los acontecimientos hasta cierto punto, pero nunca dejando de ser un simple espectador, alguien sin autentico control sobre el resultado. 

Así que, como mi historia es esa y decidí que no le interesaba a nadie, no es esa la historia que tengo en mente, la que aparto a un lado y siempre regresa a empujones. 

Estarás diciendo ahora mismo: ¡Ya lo tengo! Si no es tu historia, porque claramente la aborreces, entonces la historia que quieres contar es la que te gustaría que hubiese sido tu historia. Y al pensarlo, me ves imaginando épicas batallas morales, superando momentos difíciles con la ayuda de complejos personajes que ayudan a mi crecimiento personal, o encontrando un gran amor imposible bajo la luna llena, reuniendo a dos personas hechas la una para la otra en el acto final. 

Bueno, te equivocas. Es cierto que hay historias como esa que son populares y muy entretenidas. Pero la historia que quiero contar necesita estar un poco más enraizada y asentada en tierra firme, en lugar de andar flotando en nubes de algodón, que siempre terminan por deshacerse sin dejar rastro. 

Y, por cierto, antes de que te me adelantes. Respecto a esto último, admito que dejar rastro es importante. Quizás no es el motivo principal para contar una historia, y no está en mi poder el determinar si ese es un motivo digno para contar algo, o por el contrario se trata de un acto egoísta con el único propósito de ensalzar el propio ego. No me voy a poner a filosofar sobre ello, porque aunque el autor quiere dejar su marca en el mundo, si una historia me persigue es porque quiere ser contada, no por decisión mía, sino es posible que incluso quiere serlo a pesar mío, ignorando mi decisión y sentido común. 

Así que pienso en la historia una y otra vez, siempre que la recuerdo, siempre que llama a la puerta, o a la tapa del arcón donde he intentado sepultarla. Pasan los años y la historia no cobra vida, aunque lucha por sobrevivir, pero tampoco muere. Podría haberla matado, pero la mantengo con respiración asistida, sedada y amarrada a una habitación de hospital sin puertas y ventanas. La mantengo así con culpabilidad. Lo cierto es que tampoco quiero dejarla marchar, incluso cuando cada vez está más claro que jamás contaré esa historia. 

Tampoco lo voy a hacer ahora. Esa historia me la guardo. Como ya he dicho, esta historia es sobre una historia. Y ya que no va a ser contada, esta vez, cuando ha regresado suplicante, al menos he pensado que debía hablar de ella.

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