sábado, 25 de julio de 2020

Relato: A ella le gusta la lluvia



A ELLA LE GUSTA LA LLUVIA 



Mírala, allá va la muy desvergonzada. Ni se oculta, ni nada. Y hoy es un buen día, uno de esos en que es fácil darse cuenta de que puede que no sea muy inteligente salir a la calle sin compañía. Pero no, se va y me deja aquí abandonado en un rincón olvidado. Como si ya no sirviese para nada. Y últimamente ni me mira. 

Yo no dejo de intentar llamar su atención. Le digo: “Cúbrete un poquito”. Pero no sirve para nada. Es más, ella todavía se destapa más. Para que le dé el sol, que es sano, dice. Eso sí, se lo dice a sí misma, porque a mí ni me dirige la palabra. 

Siempre igual. Al rato vuelve toda empapada, con la ropa chorreando y pegada al cuerpo, resaltando su figura sin ningún pudor. Pero le da igual, desfila frente a mí, olvidando que si hubiese seguido mi consejo aquello se podía haber evitado. Aunque pienso que quizás tampoco quiere evitarlo, que lo hacer a propósito. Le gusta que la vean así, le hace sentirse joven. 

“Pero no lo eres, joven, quiero decir. Ya tienes una edad y tienes que cuidarte más”. Ella se burla de mi comentario sin decir nada. Se quita la ropa, la mete en la lavadora, pone música a todo volumen, coplas, nada más y nada menos, y se da un baño de una hora. A veces pienso que no volverá a salir del baño, que se ha resbalado y… Yo no podría hacer nada. No puedo avisar a la ambulancia, ni tan siquiera podría ir hasta allí y ayudarla a levantarse si se hubiese caído. 

Puede que tenga razón, no sirvo para nada, por eso ya no quiere saber nada de mí. No tengo nada que aportar, mi tiempo ya pasó. Tal vez si estuviese más a la moda, por lo menos no le importaría tanto, igual entonces hasta se pensaba lo de que le hiciese compañía. Pero no es culpa mía, yo no elegí ser como soy. De hecho, eso fue algo que eligió ella. Y ahora me pide lo imposible, ahora soy yo el que debe cambiar. 

¡Oh! Y entonces sale del baño. No ha ocurrido ningún accidente. Pero trama algo, lo veo en su mirada. Todavía envuelta con una toalla se acerca hasta la ventana, descorre la cortina y se asoma al exterior. Está mirando el cielo y lo hace con añoranza. “¿Por qué será, si acabas de salir?”, me pregunto. Pero ya la he visto actuar así muchas veces. No sé lo que piensa, pero sí lo que pretende hacer. 

Ahora, en lugar de cambiarse a algo más cómodo y ponerse a zurcir calcetines o mirar viejas fotos, como debe hacer la gente de su edad, cogerá, se vestirá de nuevo y saldrá otra vez a la calle, sin importarle el tiempo. Cualquier excusa es buena. Se dirá a ella misma que se le había olvidado comprar la leche, o que necesita sellos para enviar una carta. El motivo es lo de menos. Tan solo quiere andar, que la vean, salir. Y por el camino saludará a todo el mundo y se parará a hablar con quien sea, siempre que tenga la oportunidad. 

De acuerdo, yo no he podido ver esto último. Cómo podría, si siempre estoy aquí metido. Pero cuando tarda tanto… Es lo único que se me ocurre que podría estar haciendo. Eso o jugar al bingo. Sí, seguro que lo que de verdad le pasa es que es una ludópata y no puede evitarlo. Eso lo explicaría todo. Bueno, todo menos los zapatos de baile. Estos últimos los usa varias veces a la semana. 

Camina hacia mí. Esto es nuevo, será un nuevo tipo de burla. Espera, no. ¿Me está mirando? ¡Me está mirando! 

Si pudiese saltar a sus brazos lo haría, para recordarle los buenos tiempos y perdonárselo todo, ya de paso. Pero no hace falta, ella me da la mano con cariño y me saca a pasear. ¿Tan difícil era? Esto era todo cuanto yo necesitaba. 

Está lloviendo muchísimo. Ella no se cubre y a mí me da igual. No debería ser así, supongo que en realidad lo que yo quería no era tanto sentirme útil, sino más bien no ser olvidado. Debería avergonzarme por no ir protegiendo a la dama a quien acompaño. La gente pensará mal de mí. Que piensen lo que quieran. 

Veo que nos acercamos a un café. Es un local de aspecto muy acogedor, íntimo, y hasta romántico, diría yo. Entramos y… Nos quedamos junto a la puerta. Alguien se acerca. No es un camarero que viene a guiarnos hasta una pequeña mesita agradable, esto no es un restaurante. Me siento confuso. Será la emoción, que no me deja pensar con claridad. 

Una mujer joven saluda. Y mi señora le dice: “Ten, aquí tienes el paraguas que te había dicho. Es un poco feo, pero es fuerte y va muy bien. Yo ya no lo uso, así que te lo puedes quedar”. 

Y la chica recoge el paraguas. La chica me recoge. Con el corazón destrozado cambio de manos. 

No le digo adiós. Ella no se da la vuelta para despedirse tampoco. Se pierde bajo la lluvia, tarareando en voz baja. 

“La abuela es todo un personaje, ¿no te parece?” La chica joven me habla a mí. “Ojala tenga yo su energía cuando tenga su edad”. 

Yo no puedo asentir, tampoco puedo sonreír, ni puedo devolverle la mirada. Lo que sí puedo hacer es abrir mi corazón de nuevo y proteger a quien me quiere. Y lo hago. Mientras pueda, lo hago.

No hay comentarios:

Publicar un comentario