martes, 17 de diciembre de 2019

Relato: Una pausa para recordar



UNA PAUSA PARA RECORDAR



—Lo siento, de verdad que tengo que irme. No puedo quedarme aquí sentado, sin hacer nada, mientras…

—Tranquilícese. Tome aire y recuerde los ejercicios.

—Sí, sí, claro, los ejercicios… No, no puedo. Esta vez no.

—Muy bien. De acuerdo, no le retendré. Pero, por favor, antes de marcharse, ¿podría responderme a un par de preguntas? Serán muy breves, se lo prometo.

—No sé… ¿Cómo de breves?

—Será solo un momento. Es para tener una base sobre la que trabajar para nuestra próxima sesión.

—Vale, pero solo un momento, porque se ha tomado las molestias de atenderme.

—De acuerdo. ¿Podría decirme cuál es su primer recuerdo? Espere, no responda todavía, cierre los ojos primero y piense en su infancia. ¿Qué lugar viene a su cabeza?

—Estoy en la guardería. Se trata de un pasillo con una pequeña valla de madera. Estoy de pie, con las manos sujetando la valla, y estoy llorando mientras mi madre se aleja hacia la puerta del fondo sin mirar hacia atrás. No sé si es mi primer recuerdo, pero podía serlo, supongo.

—Perfecto, ese recuerdo nos vale. Ahora, concéntrese y trate de describirme la guardería.

No sé cómo era de grande en realidad, pero sí que me vienen a la cabeza algunas de las zonas donde pasaba más tiempo. Por ejemplo, al final del pasillo había un patio. Era un espacio muy amplio, o al menos eso me parecía. Estaba a cubierto, así que supongo que se podría decir más bien que era una habitación muy grande, más parecida al gimnasio de un colegio. Las paredes estaban pintas de un verde claro y el suelo estaba cubierto de baldosas de un color amarillento, más bien tirando hacia marrón.

En la esquina que quedaba al fondo a la izquierda había una fuente, era baja y también estaba cubierta por el mismo tipo de baldosas que el suelo, hasta llegar arriba, donde estaba el grifo y una pila, metálicos y relucientes, pero que solían ensuciarse con facilidad, perdiendo parte del brillo y quedando cubiertos por manchas empañadas y opacas.

En la parte central del patio hay una estructura de barras, con unas escaleras en un lateral y un tobogán que parte desde lo alto. Es una estructura solida, pero al menos el tobogán es de plástico, y está algo arañado y desgastado por el centro, por donde los niños suelen arrastrar el trasero. Pero las barras deben ser metálicas, ya que las recuerdo frías al tacto. Aunque todo el conjunto tiene el mismo color, es un tono verdoso, parecido al verde de las paredes de alrededor.

Ahora que lo pienso, es gracioso, recuerdo más tiempo jugando bajo las barras que deslizándome por el tobogán. Usábamos la parte de debajo de casita. Nos habían contado el cuento de los siete cabritillos, y jugábamos recreándolo. Uno hacía de lobo y tenía que asomar la patita por debajo de la puerta, mientras los demás estábamos dentro y nos reíamos y le hacíamos preguntas. Obviamente no había puerta, eran barras y nos podíamos ver todos en todo momento, pero curiosamente, cuando pienso en ello, casi puedo ver una robusta puerta de madera, del mismo modo en que quizás la imaginaba entonces.

Aunque el juego acabó. Un día todo desapareció, el tobogán, la improvisada casita… Había dos niños de los más mayores que llevaban un destornillador. En su momento, ingenuos como éramos, al ver el destornillador pensamos que había sido culpa suya, que lo habían desmontado. Desde luego, al ver la herramienta en la mano de uno de ellos, tuve la fuerte sensación de que estaban haciendo algo malo, de que aquello no era algo que debiesen llevar encima. Ahora, mirando atrás, supongo que el destornillador sería un juguete y solo querían hacerse los importantes, porque aunque hubiesen desmontado las barras, donde las iban a haber metido. No, los responsables de aquello debieron ser los responsables de la guardería, ya fuese por motivos de seguridad o para hacer más sitio.

¿Quiere más detalles sobre aquel patio? Bueno, hay otro, un desagüe. Sí, parece un detalle absurdo, pero lo recuerdo con gran claridad. Quedaba en la parte central del lateral izquierdo, cerca de la fuente. Era pequeño y circular y la parte de arriba se podía quitar sin esfuerzo. Se trataba de una pieza metálica enrejada que cubría el desagüe para que nada que no fuese líquido pudiese colarse por dentro, pero nosotros desmontábamos la pieza con regularidad. Ya fuese por curiosidad, por miedo a lo que hubiese al otro lado de aquel agujero negro, o con la esperanza de encontrar algún tesoro. Pero seguramente el motivo por el cual recuerdo el infame desagüe con tanta claridad es por el olor. Por el motivo que sea, tengo el olor grabado en la memoria. Incluso diría que, si puedo recordar tanto de aquel patio, es por la asociación con el desagüe. Era un olor intenso y desagradable, a agua estancada, mezclado con algo más, imposible de describir pero difícil de olvidar.

Pero la guardería era más que un patio de juegos con un desagüe maloliente. Antes de llegar al patio, en algún lugar del pasillo a la izquierda había varias puertas. Cerca de la entrada, antes de llegar a la valla, había un pequeño cuarto que veía de pasada en ocasiones. Debía ser un despacho o un cuarto de empleados. Dentro había un tablón de corcho, un par de taquillas metálicas con dibujos pegados con celo encima, una mesa alta y llena de carpetas y otros papeles, una estantería con libros y un armario que siempre estaba cerrado.

Más adelante, por el mismo pasillo pero pasando la valla, había otras dos puertas, una de ellas conducía a un cuarto con una mesa para cambiar a los bebes, los cuales no recuerdo que hubiese muchos. Pero antes de llegar aquí, la otra puerta conducía a un aula.

Este era otro espacio donde pasábamos mucho tiempo. En la pared derecha había unas perchas bajitas, donde colgábamos las chaquetas. Al fondo había estanterías con cajas de plástico donde se guardaban algunos de los materiales que usábamos. En un lateral había una puerta que llevaba a un retrete y al lado había un par de lavamanos, todo ubicado a nuestra altura. Las mesas estaban en el centro del aula. Eran modulares, con forma de hexágonos cortados por la mitad, pero que se agrupaban de dos en dos para completar la forma. Y nosotros nos sentábamos por grupos alrededor de estas mesas. De nuevo, el detalle que puedo rememorar con más facilidad es el olor. Siempre olía a plastilina, y no era raro ver las mesas con manchas aceitosas causadas por este mismo material. Quizás el único momento en que el olor no era este, era cuando era sustituido por otro, causado por una actividad distinta: el resultado de pintar con los dedos.

Y hablando de olores, todavía recuerdo uno más, el del comedor. Este estaba ubicado a la derecha del pasillo de entrada, aunque también tenía una puerta que daba al patio y otra que supongo que conduciría a la cocina, pero esta última no la recuerdo en absoluto, de modo que me imagino que nunca entré.

Como decía, el olor era también bastante particular, como una mezcla de legumbres, plátano, sopa y… ¡Oh, sí! La tarta. Aquí las mesas era cuadradas y estaban también colocadas pegadas unas a otras, formando un rectángulo largo. No sé si la disposición era siempre la misma, pero es la única que me viene a la cabeza y es que cuando pienso en el comedor, la imagen que me viene a la mente siempre es la misma. Nosotros estábamos sentados alrededor de esta mesa, haciendo mucho ruido, las luces estaba bajas, casi a oscuras, y alguien entraba por una puerta cargando con una tarta iluminada con unas pocas velas. Empezábamos a cantar una canción de cumpleaños, pero no era cumpleaños feliz, era algo así como: “Feliz, feliz en tu día, amiguito que Dios te bendiga…” Y luego nos servían una porción de tarta a cada uno. Era una tarta casera, hecha con chocolate y galletas. La típica tarta fácil de hacer y barata, pero aun así la recuerdo muy buena. Quizás hable desde la nostalgia del recuerdo, pero, de hecho, diría que sabía mejor que otras muchas tartas que he probado en los años posteriores, más elaboradas y caras.

—Parece mucho más tranquilo ahora. ¿Todavía siente la necesidad de irse a comprobar la puerta de casa?

—Tiene razón. Creo que puedo esperar un poco. Estoy casi seguro de que he cerrado con llave.

—Me acaba de contar con gran detalle una serie de recuerdos de su infancia que, como mínimo, son prueba de que su memoria funciona a la perfección. De hecho, puede que sea mejor que la mía. Yo no tengo recuerdos sobre la guardería a la que iba. Así que si cree que ha cerrado la puerta de casa con llave, probablemente lo haya hecho. Ahora, ¿qué le parece si hablamos un poco sobre los ejercicios que le pedí que realizase?

—Muy bien. Aunque, tengo una pregunta, no sé si me la podrá responder. Mientras le estaba hablando, por algún motivo no dejaba de recordar olores, y cada vez que lo hacía eso me llevaba a recordar más cosas. ¿Cómo es eso?

—Sí, es algo normal. En realidad, los olores son uno de los evocadores más fuertes que hay de la memoria. Ya sabe, el olor de la consulta del médico, o el de las comidas caseras en casa de su abuela…

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